Esquirlas en el Aira

Se le atribuye a Nietzsche haber dicho alguna vez, en tono despreciativo, que los epígrafes pueden llegar a ser mejores que los libros. ¿Pero existirá algún lector que realmente les confiera una importancia significativa?. Es probable que sí. Al menos eso debe pensar Samanta Schweblin. El epígrafe de su reciente nouvelle, Distancia de Rescate, es contundente. Dispara una señal pertinaz que luego se activará constantemente durante la lectura imposibilitando su olvido. La cita se destaca además porque su poder no está en el contenido sino en el autor, Jesse Ball, escritor norteamericano relativamente joven con el que Schweblin comparte generación. Ball, reconocido en el ámbito local recién a partir de la circulación en español de su libro Toque de Queda, se jacta de seguir un proceso de escritura sin relecturas ni correcciones. Como contraparte, sugiere a sus lectores que devoren sus libros de un tirón. Distancia de Rescate exuda intenciones similares.

Lo que separa las aguas entre un ardid publicitario del autor para generar falsas expectativas y una experiencia de lectura realmente placentera está ni más ni menos que en el grado de dependencia que despierte luego el contenido. Toque de Queda es como una garrapata que se aferra a las manos y no se despega hasta devorar la última página. Distancia de Rescate también busca despertar ese ansia de lectura, pero desde la forma. Narra una historia corta y frenética, sin separación en capítulos, que susurra ante cada necesidad de descanso que no se nos ocurra dejarla. Se sostiene en el suspenso que suscita a partir de que una madre con su hija llegan a un pueblo desconocido en busca de unas pequeñas vacaciones y desde el primer párrafo se explicita que algo malo va a suceder. A partir de allí una narración a modo de diálogo paranormal entre Amanda, una madre estereotípica de clase media alta, y David, un niño de 6 años oriundo del pueblo, va desvelando lentamente lo que en verdad ya sucedió en esa corta estadía estival. Y que vayan a un pueblo genérico sobre el que no se especifica demasiado no es un capricho sino una de las claves centrales del relato. Entrelíneas, el libro también funciona como denuncia ante el avance de la agroindustria.

Pero además de plantar la bandera de la denuncia ambiental la novela habla esencialmente sobre la maternidad centrada en la constante y sofocante carga de pavor que conlleva ser madre. "Tarde o temprano algo malo va a suceder y cuando eso pase quiero tenerte cerca" cuenta Amanda que le advertía su madre. Esa es la distancia de rescate que heredó y mantiene ahora con su propia hija, Nina. Peligro, pavor, todo va enfrascado en un marco de suspenso que se tensa y relaja dependiendo de la distancia entre madre e hija: "La distancia de rescate está ahora tan tensa que no creo que pueda separarme más de unos pocos metros de mi hija...todo el pueblo me parece un sitio inseguro" dice Amanda en tono admonitorio. El registro es similar al que se encuentra en algunos pasajes de Toque de queda. Por ejemplo, tras la desaparición forzosa de la esposa del personaje central a manos de un régimen autoritario, se lee: "...Y entretanto estaba aterrado de ser demasiado insistente, de llamar la atención, de que también se lo llevaran a él y Molly (su hija) se quedara sin nadie". En Distancia de Rescate la cuerda entre madre e hija se tensa al máximo porque ya el mismo suelo se convirtió en un sitio peligroso. En Toque de Queda la amenaza es un estado opresor y asesino que tampoco permite relajarse.

Aunque el pueblo donde transcurre pueda en principio situarse en cualquier región bucólica del globo, y así como también los miedos maternos atraviesan cualquier disposición geográfica, las referencias a la soja le confieren a Distancia de Rescate un insoslayable tono local. Algo extraño tal vez sabiendo que Schweblin actualmente vive en Alemania tras peregrinar varios años por diversos países del mundo. Y la paleta de colores se expande con la clara ascendencia norteamericana del relato. Además de Jesse Ball, el diálogo paranormal con niños imbuidos de protagonismo y capacidades especiales remite a Stephen King y su reciente Doctor Sueño para no irse hasta su célebre Resplandor. Con solo un paso más se puede cerrar el círculo y retornar a nuestra Argentina y la de Cesar Aira. Con un reguero colosal en cantidad de relatos ficcionales que juegan al límite con la inverosimilitud y el registro psicológico, es uno de los paladines de la escritura sin correcciones que pregona Ball. Es también sin dudas uno de los primeros referentes de la escritura Argentina de la generación post Borges a quien Schweblin seguro leyó bastante.    

Al margen de desgloses e interpretaciones, Distancia de Rescate es un libro ameno de leer, pero que promete más de lo que entrega. Tal vez sea solo una cuestión estructural. Casi como un juego metaliterario, emulando la distancia de rescate que expone la historia, la lectura va tensando la cuerda con cierta temeridad mientras se despliega el relato. Y el problema es que el final decepciona un poco, soltando así amarras. Sin embargo, de la lectura del libro junto con su estructura y sus múltiples influencias surge un interrogante interesante que eventualmente podría redundar en reflexiones provechosas: ¿Hasta dónde llegan las esquirlas de Aira?

Relatos Veganos


Relatos salvajes pretende ser la concatenación de seis historias independientes que no dialogan entre ellas. Fábulas representadas por elencos distinto en una clara señal de autonomía. La unidad del film surgiría así del eje temático transversal que las articula: un desenfrenado cocktail de violencia y venganza que desemboca en estados de completa enajenación. Queda insinuado desde los créditos iniciales. De fondo de pantalla del tradicional despliegue de nombres se vislumbran diversos animales salvajes observando fijo al espectador. Miradas absorbentes, intimidantes. Y claro, ¿Qué mejor metáfora para representar el desenfreno de lo que vendrá que la ley de la selva?.

Entre esta contundente introducción de la película y el título, ya desde el comienzo me sentí interpelado, culpable. Si la trama luego evidenciara un salvajismo en la sociedad equiparable al del reino animal, nos estaría sugiriendo una incómoda reflexión: ¨Somos iguales, no los comamos!¨. Pero los veganos no deberían entusiasmarse de antemano. Aunque la película es frenética y logra sumergirnos en la podredumbre que atiborra cada uno de los relatos, luego de los aplausos finales uno recapitula y recapacita. Percibe que la exageración reinante juega peligrosamente con el umbral de tolerancia, dosificando un aura de irrealidad constante. Y entonces, al retroceder y toparse nuevamente con esas miradas selváticas lo que se siente simplemente es compasión. Porque las seis historias expresan ni más ni menos que una mirada optimista sobre el ser humano, una distancia abismal entre el reino animal y la civilización. Al final Relatos Salvajes nos susurra: “No somos iguales, comámoslos sin culpa”.

Al rememorar escenas para constatar esa insinuación se desvelan los huesitos que Szifron fue dejando desperdigados. Emergen evidencias sutiles de que existe un diálogo subyacente que rompe con la pretendida autonomía de las historias. Tarea fina del director, tejiendo puentes invisibles que resuenan en el espectador de manera inconsciente. La película puede delimitarse en dos partes que siguen un mismo patrón temático, aunque no el mismo orden. El molde está constituido por tres relatos. Cada uno reflexiona sobre reacciones humanas ante un factor desencadenante: la humillación, la corrupción o la violencia de clase. La pincelada distintiva del autor se palpa a partir de cómo logra abordarlas desde distintos ángulos y potenciar los relatos de modo no lineal sino a partir de las multiplicidades que surgen de la concatenación. Relatos Salvajes es más que la suma de sus partes.

De las piezas de ese engranaje, el primer relato discurre en un avión donde los pasajeros se dan cuenta de que los unen anécdotas deshonrosas (humillantes) para con la misma víctima: el piloto. Luego sobreviene una historia sórdida en un bodegón rutero, vacío hasta que aterriza el único comensal, un inescrupuloso (corrupto) político. Resulta ser el responsable del suicidio del padre de la chica que lo atiende. Finalmente la acción se atisba en el último relato de esta primera parte. Sbaraglia luce todo su genio en un atrapante mano a mano en una ruta provincial. Sin siquiera bajarse de su auto blindado, tras gritarle "negro resentido" a un lugareño que no le cede el paso, se dispara una secuencia arrebatada de violencia digna de Breaking Bad. Más allá de algunas grandes escenas en este último relato, está mitad es la más floja. Queda la sensación de que está excesivamente sobreactuada y exagerada hasta el punto de ser tosca por momentos. Tal vez sirva como plantada de bandera de Szifrón desde el comienzo, exhibiendo el grotesco para sesgar interpretaciones veganas. A mi juicio disminuye la experiencia del espectador ese exceso de inverosimilitud. Por ejemplo, es difícil explicarse por qué tras escudarse en su auto blindado ante todo tipo de afrentas en una clara muestra de pavor, frente a la certera posibilidad de escapar Sbaraglia opte por la venganza y retorne cegado con el único objetivo de eliminar a su presa.

La segunda parte funciona mejor. Está compuesta por tres historias magistrales, desbordantes. La humillación aparece en un desopilante casamiento que cierra la película. La lucha de clases queda expuesta en el relato donde Oscar Martinez, para salvar a su hijo de la cárcel, le propone sin tapujos al jardinero que confiese haber atropellado y matado a una embarazada a cambio de una suculenta recompensa. Finalmente, el relato de Bombita que descubre el telón de esta mitad exhibe al Szifrón más tribunero, el de los Simuladores, con Darín encarnando un ingeniero que transita esa semana de furia que todos alguna vez vivimos. Esta mitad toma un matiz más realista. Sin embargo los relatos nunca atraviesan esa burbuja compuesta por una mezcla de sátira, mordacidad y humor que funciona para lavar un poco la verosimilitud y resaltar la exageración de los desenlaces. Tal es así que el cierre de la historia de bombita con la viralización del hashtag #Liberenabombita en las redes sociales nos remite casi instantáneamente a un sketch de Capusotto.

Como unidad, Relatos Salvajes revela un desenfreno humano que, exhibido en formato de grotesco, queda diluido, se torna gracioso. Por eso es carnívora. Porque el veganismo parte del reconocimiento de los animales como seres sensibles y por ende, de alguna manera, nos pone en una situación de igualdad. Y la película refuta de manera cruda y desde un costado artístico esa ecuación de equivalencia. Matemáticamente cambia el símbolo de igual por el de distinto. Y qué mejor que un final sugerente para resaltar las diferencias. Tras el casamiento tragicómico, desaforado, casi irreversible, los invitados se van escandalizados. No se sorprenden por la violencia desatada entre los familiares y los agasajados. Se retiran por pudor. Porque un sorprendente acto de perdón humano desemboca en una escena emotiva. Lástima que en una flagrante contradicción con la película, los invitados se pierden el pastrón.

India sin tótem

Hace unos días, al despertar de un sueño extraño, recordé la película El Origen donde Di Caprio tiene como objetivo inocular ciertas ideas en un empresario. Lo cautivante del film consiste en que para lograr el objetivo Di Caprio debe infiltrarse en los sueños de su presa. El director, Christopher Nolan, redobla la apuesta mediante una metáfora precisa. La jugada se despliegla cuando involucra en la película al personaje principal que no es un actor de carne y hueso sino un objeto, una simple piecita artesanal que gira. El tótem divide las aguas entre la realidad y los sueños, lo genuino y lo artificial. Si gira indefinidamente, nos encontramos dentro de un sueño, si cae, estamos en la vida consciente. El tótem es indispensable en la película porque la fusión entre el mundo onírico y el real puede tornarlos indiscernibles. Y luego se me ocurrió que tal vez sea esa justamente la tarea del vendedor, del agente de marketing. Desafiar al tótem del consumidor. Hacerlo caer cuando debería continuar girando. Vencerlo.
A lo Christopher Nolan, un año atrás decidí redoblar la apuesta y viajar a la India. Una enorme ansiedad me martilló la cabeza en las infinitas horas del trayecto hasta que al fin pisé el suelo indio con su cultura milenaria a cuestas. Embebido en su atmósfera, solo con respirar descubrí que en la India es imposible evitar la exageración ya que encumbra la percepción hasta el paroxismo. La experiencia cotidiana es única, la cantidad de sensaciones que perciben los sentidos rebalsan la capacidad orgánica. Recuerdo bajar de la estación de tren en Jaipur, una de mis primeras paradas y avizorar cómo se me abalanzaban millones de personas al grito de "ten rupies sir, ten rupies"(10 rupias). Tras considerar que correr no era una opción enfrenté la situación. Finalmente, solo querían ofrecerme, con su particular y sofocante amabilidad, alojamiento o traslado. Pero la densidad de personas por metro cuadrado a mi alrededor en cada estación de tren por momentos me hizo dudar si no era yo mismo quien estaba pidiendo las rupias. Poco a poco me fui sumergiendo en las distintas ciudades y detecté que en todas se propaga un sonido agudo, constante, a veces alegre y otras insoportable. Me empapé con sus aromas abigarrados y ensordecedores. Las comidas, por su parte, tienen un sabor casi tangible. Al comerla, más que deglutir se puede tocar el curry y el exceso de comino. Una noche, en el desierto, tras un día agotador el guía le dio unas ollas al camello para que las limpie con sus lamidas. Luego sacó de su bolsillo unas bolsitas añosas con unos polvos anarajandos que no me hubiera animado a tocar nunca. Las diseminó en la enjuagada olla junto con algo de agua y cocinó.  Del hambre que tenía recuerdo que comí con fruición. Pero tuve que dormir atento. Más allá de estar a la intemperie y sobre una hedionda mantita en la fría noche desértica, una simple chispita en mi lengua hubiera reaccionado con el picante haciéndome estallar en mil pedazos. La perseverancia de todos estos fenómenos es implacable, remite a un telar inglés, trabajando a reglamento las 24 horas del día en plena revolución industrial. Y extrañamente, muchos indios se sienten complacidos y orgullosos por hablar la lengua prima tras haber sido colonizados por los británicos. A mí me costó bastante el intercambio verbal. Me la pasé pidiendo "No spicy" (sin picante) en cada lugar donde intenté alimentarme. Se ve que no me entendían y por eso inundé la india de transpiración en cada cena. Será que el analfabetismo es colosal.

Llegando al segundo mes sentí que me acostumbraba y me entregué a la experiencia de conocer nuevas ciudades, templos, gente, gente muy pobre, animales y turistas. Pero mi placidez nunca llegó al extremo de esos turistas embelesados por los chamanes hindúes y su nirvana espiritual. Turistas enamorados del particular desarraigo por lo material de ese pueblo. Lo intenté, pero me di cuenta que era en vano el día que vi a un hippie en el templo de las ratas. Estábamos todos descalzos por ser lugar sagrado, y el muchacho con gallardía les servía leche en una fuente a una manada de roedores que se deslizaban por el lugar como panchos por su casa. Mientras, yo iba de acá para allá en puntitas de pie esquivando a las dueñas del templo y evitando rozar con mis dedos cada mancha extraña de esos raídos mosaicos. Aunque también sea difícil de creer, una tarde estuve media hora intentando convencer a un taxista para que me lleve y me cobre la tarifa correspondiente. Me llevaba gratis, previa parada en un mercado comercial, o nada. Un altruismo apabullante que me obligó a claudicar furioso ya que los mercados son estresantes. En todo intercambio monetario añoré la candidez de Gastón Pauls en nueve reinas ya que en la India nada tiene un valor absoluto, todo es relativo y negociable. Comprar sin regatear es una falta de respeto. La frutilla del postre llegó cuando me contaron que las vacas son sagradas para el hinduísmo. Caminan solemnes por las calles, pero llenas de bosta, sin nada con que alimentarse, famélicas y en medio de ese mar de gente, escenario tan disímil al de su hábitat. Por eso fue esperanzador descubrir que las vacas eran ni más ni menos que la representación más fiel de la tristeza que había visto en mi vida. “Esto es el progreso” recuerdo haber pensado, abatido al contrastarlo con mi patria y la inimputabilidad de los líderes religiosos. Hasta que me topé con gente cuyo sorteo divino había determinado su devenir. La casta a la que pertenecen, así como también el género, circunscriben sus posibilidades de estudio y trabajo entre otras cosas.

En fin. El mundo se divide entre los enamorados de la India y sus detractores. Personalmente, no dudaría en asegurar que es una experiencia de vida fabulosa. Un paisaje se conquista con las suelas del zapato, no con las ruedas del automóvil dice Faulkner. Y hollar suelo Indio es una de las pocas posibilidades que quedan de convivir con una cultura diametralmente opuesta. Lamentablemente, desde que volví, tengo un sueño recurrente. Cuando me ataca me despierto sudado, recordando una escena muy particular: mi rostro trémulo, el tótem girando y el Ganges de fondo.

Pubis Angelical


Una lectura superficial de la novela Pubis Angelical consignaría que en el relato aparecen, en dosis sobrias y moderadas, halagados los rasgos típicos de los argentinos. Más que nada esos sobre los que nos sentimos orgullosos y avergonzados a la vez. Rasgos dicotómicos tales como la viveza criolla, el ganar a cualquier precio o nuestra clase media ilustrada seguro no faltarían. A mí, por el contrario, me seduce la idea de que Puig ironiza y engaña con ellos, porque lo que realmente busca adular con sobriedad, y de modo elíptico o figurativo, es la capacidad del argento por la lucha. Diversos fragmentos del relato pueden interpretarse como claros estandartes del valor de la desobediencia, la esperanza cerril y nuestra capacidad de resurgir de las cenizas. Los argentinos somos seres indómitos como pocos en el globo, que para bien o para mal, con aciertos y crasos errores, luchamos y nos apasionamos por cada granito de arena que atraviesa nuestras vidas. Exacerbados, sí, pero nunca indolentes. Por eso, en el contexto en el que está escrita la novela, la cruenta y nefasta época de la última dictadura militar, no es casualidad que para refrendar estos cumplidos, la protagonista sea una mujer. Ana lucha incansablemente contra un cáncer y da su batalla por subsistir desde el exilio. Un final complaciente expone que en su inconsciente germina la necesidad de salvar a su hija del fratricidio flagrante en su querida patria, la Argentina.

La novela discurre en dos planos paralelos, el realista o consciente donde Ana está convaleciente en un hospital Mexicano, y el inconsciente donde se narran historias de ciencia ficción enmarcadas en épocas tanto antiguas como futuristas. En el plano consciente Ana se encuentra exiliada y recibe la visita de un amigo particular, devenido montonero, que busca persuadirla para conspirar contra un milico o colaboracionista con quien ella salía y quien tuvo una importante responsabilidad en su desarraigo. De allí se desprende el nudo de esta dimensión de la historia, donde oscilan los relatos de un diario íntimo que refleja los pensamientos banales de Ana durante su convalecencia y diálogos entre ella y Beatriz (su amiga) o Poggi (el monto) que representan los conflictos de época de manera cruda y fiel. "Yo iba a festejar con los oligarcas y los pobres defendían al tirano" cuenta Poggi que reflexionó a modo de revelación como le habrá pasado a muchos intelectuales ante la muerte de Perón. Luego intenta con algo más terrenal para convencer a Anita de sus designios: "En política como en la vida no se vive de utopías sino de realidades. Y a veces la realidad obliga a aceptar la violencia aun estando en contra de ella."

En paralelo y entrelazados, se suceden los relatos oníricos, en formato de tercera persona, que ahondan en las peripecias de dos mujeres con sendas características fatídicas. En estas historias abundan las conspiraciones y flota en el ambiente la sombría presencia de la muerte. Una sucesión incansable al estilo muñeca rusa de contratiempos para esas mujeres que intentan liberarse de diversas cadenas impuestas que las empujan al abismo. Refulge constantemente la sensación de encierro, de vigilancia ubicua, de castigo ante el mínimo intento de subversión del orden. De injusticia. Se huele en el relato la sordidez, la muerte cual cuervo planeando bajito todo el tiempo, amenazante, presagiando su picotada en cualquier momento y lugar. Espías, maridos o tiranos pergeñando el golpe final que logre inclinar la balanza a su favor. - Su esposa sería ejecutada sin fragores de pólvora ni cosa parecida, la encerraría en una caja fuerte con todas sus joyas, sí, la obligaría a entrar en una cámara pequeñísima, transparente como el celofán, pero rígida como el acero - cavila uno de los esposos captores remedando encierros y torturas dictatoriales ante el mínimo gesto de indisciplina.

Cabe resaltar que para desarrollar la dimensión del inconsciente, Puig troca entre relatos de estilo kitsch y narraciones de estilo folletinesco y melodramático que caracterizan a gran parte de su obra. En Pubis Angelical se pueden leer prolíficas cursilerías del estilo: "La pareja perfecta causaba un curioso efecto entre la concurrencia, nadie los podía mirar más que un instante, su esplendor hería las retinas." Evitando empalagarse ante tales estocadas poéticas uno tendería a buscar en los relatos mundanos los halagos a la argentinidad, en los diálogos de Ana. Y fehacientemente, allí se encuentran los rasgos más trillados que ocultan al verdadero halago. Es en el relato psicológico, en el subconsciente de la protagonista donde se va tejiendo con precisión de cirujano la metáfora más cruda de la idiosincrasia argentina. Allí donde los encierros, espías, y la desconfianza entre camaradas atiborran la novela. Donde incansables luchas, siempre de mujeres, se cristalizan en un final epifánico. Una ensoñación angelical, una madre desesperada escapando de su imaginaria cárcel de máxima seguridad, para reencarnar en un angel. La aparición espectral alborota la patria, donde se desarrolla una sangrienta guerra civil. Esa mera presencia metafísica logra la paz en las distintas batallas entre compatriotas por las que se inmiscuye mientras persigue el rastro de su niña. Finalmente la encuentra y entonces la novela retoma al plano consciente. Ana se esperanza de nuevo con curarse y siente la necesidad imperante de ver a su madre e hija, luego de tantos años de exilio y negaciones.

Como último dato no está de más observar que la novela está realmente escrita en época de dictadura y que todo el relato está contaminando de fondo por la fatalidad y los conflictos contemporáneos, con una madre como protagonista, convaleciente desde el exilio y con su familia y amigos perseguidos en Buenos aires. A la distancia y a modo de pregón respecto de la versatilidad y multiplicidad de significados y emociones que suscitan las grandes obras no puedo dejar de ver una alusión clara a las madres de plaza de mayo y lo más puro que ellas representan de nuestra sociedad. Las Madres ya habían hollado la plaza con sus reclamos cuando la novela sale a luz. Las fechas me avalan entonces y me permiten soñar con que ya sea deliberada o involuntariamente, Puig se inspiró en esas heroínas para diagramar su obra y afinar su pluma. Por último, ya que la magia de la literatura nos permite soñar, crear y elegir déjenme imaginar que se inspiró en la línea fundadora.


La Migliore Offerta

En la cultura de la inmediatez y lo efímero nos enfrentamos una y otra vez a la imposibilidad de desentrañar la esencia de las cosas. Y debido al contacto meramente superficial es complejo discernir entre algo auténtico y el prodigio de un embustero. Subido al caballo del pesimismo frente a las modernas formas de relacionarse, Giuseppe Tornatore intenta inocularnos una concepción desesperanzadora de la sociedad mediante su reciente película La Migliore Offerta. La sugerencia explícita es: en el amor triunfa el mejor falsificador. "Los sentimientos humanos son como una obra de arte, pueden ser resultado de una simulación" pregona a costa de Billy uno de sus personajes. Vaya paradoja, tras disfrutar dos horas de una gran película terminé embargado por un certero optimismo. Hasta podría ruborizarme un poco y confesar que me despertó cierto grado de sentimentalismo su obra al dejarme llevar por sus intrincados vericuetos.

No sin antes disculparme por esta posición idílica que encarné paso a describir algunas cuestiones fundamentales del film en pos de defender mi postura. El protagonista Virgil (Geoffrey Rush) es un agente de subastas, con ribetes de aristócrata y un alto desprecio por la sociedad. Ya ingresado en el ocaso de su vida se caracteriza por su cualidad de huraño. Huye del contacto directo con “el afuera” y hasta dentro de su casa viste guantes, seleccionados cuidadosamente de su abigarrada colección. Promediando el film exhibe su capacidad para dilucidar entre obras originales y falsas y se lo puede escuchar en tono pedagógico: “Todas las falsificaciones tiene algo de auténticas (…) El falsificador no puede evitar traicionarse a sí mismo dejando su huella, un simple cambio en la pincelada que descubre su sensibilidad (…) no se resiste a la tentación de hacer la obra suya". La pizca de sal que detona la trama la aporta un llamado misterioso. La voz atrapante de una hermosa y enigmática joven (Claire) lo insertará en un escarpado sendero de amor, enigmas y conspiraciones que le eclipsarán su capacidad de determinar la autenticidad del romance.

Aunque en la película se puede sospechar desde el inicio un lúgubre final, está magníficamente encubierto por la apasionante historia de amor. El film se compone de constantes episodios de engaño y falsificación que conciernen sobre todo a las relaciones humanas. Una escena tras otra, el espectador debe mantenerse alerta para captar lo mejor de la obra. Cada detalle vale. Hay un claro sesgo ejercido por Tornatore para influenciar en la interpretación de cada gesto, pero en la gran mayoría el espectador podría y debe tomar su propio camino (lateral). Los espectadores participamos y somos constantemente interpelados respecto de qué es lo falso y qué lo auténtico. Un claro ejemplo sucede cuando el único amigo de Virgil, Billy (Donald Sutherland), le espeta su indignación. Al parecer Billy soñaba con ser pintor, pero Virgil, quien trata a su único amigo con un ácido desprecio, nunca valoró sus pinturas. Una escena sugerente teniendo en cuenta que el final terminará siendo una obra maestra de Billy. Su gran revancha, demostrando que sí es un gran artista, que logró falsificar y no ser descubierto por el especialista. Virgil lo había subestimado. Y como todo impostor, un cínico Billy va dejando sus pinceladas para regocijarse. Es cuestión de ir descubriendolas, y en ese caso saborearlas.

Ya desde el inicio, y en raciones frugales, Tornatore yuxtapone en el film las escenas de puro escepticismo. Virgil en un restaurante finísimo, comiendo solo y esperando absorto que se consuma la vela en su torta de cumpleaños. Luego sentado, también solo por supuesto, contemplando su colección de cuadros, todos eximios retratos de mujeres, su única compañía. Estos semblantes femeninos están emplazados casi matemáticamente en una sala sobria, fastuosa, pero oculta en su propia casa. Y casi como para justificar lo que le sucederá finalmente, Tornatore nos muestra que sus cuadros no fueron adquiridos bajo métodos libres de engaño sino bajo la deshonesta influencia de sus conocimientos y su poder de fuego como subastador. El amor es lo único que podría eyectar a este ser mezquino de esa vida vacua. ¿Cómo es vivir con una dama? pregunta Virgil cuando el amor se acerca para salvarlo. "Exactamente como participar en una subasta, nunca sabes si tu oferta será la mejor" recibe el coletazo. Él mantuvo a sus damas ocultas en su casa para asegurarse que nunca lo abandonaran. Pero se enamora de una de carne y hueso, y inexorablemente baja la guardia. La Invita a Claire a contemplar su templo. Y en un abrir y cerrar de ojos Claire se roba a todas sus amantes. Eso no es lo más grave, sino que se esfuma ella también. El final no nos muestra la algarabía de los conspiradores, no es la gran estafa lo que refulge y trasciende, sino el abatimiento del humillado.

“Somos una falsificación de nosotros mismo, ya nada es auténtico.” le susurra Tornatore a la prensa. Pero los hijos contradicen a los padres y Virgil le contesta aplomado desde una de sus escena: "En algo falso se encuentra siempre algo de auténtico". Y en esa pizca de autenticidad es de donde se sostiene mi postura romanticista. Tornatore intenta hacernos creer que la sociedad entró en decadencia, que ya no se puede confiar en nadie. Pero Virgil se obsesiona. En cada nueva escena se lo palpa entregado por cada uno de esos minutos de vida descarnada que se le propone. Expone su vulnerabilidad hasta límites extremos y así y todo nos demuestra que la vida es simplemente esos minutos. Y que no importa el resultado. Bajado el telón, el espectador se enfrenta a un elija su propia aventura. Puede optar por quedarse con una mirada cruda y escéptica de las relaciones contemporáneas lo cual será un gran acierto del director tras una trama irrefrenable de falsificación, simulación y engaños. Lo imagino riéndose de nosotros ante esta elección, pobres espectadores desarmados. Yo no quiero cargarme a nadie conmigo. Pero ya sobre el final, cuando Virgil ofrece su última subasta, previa al retiro y todavía bajo los influjos del amor, unos planos de una escena aparentemente del montón lo descubren sin guantes. Ahí la clave que encontré yo, de la pincelada que delata a Tornatore. Aunque pobre Giuseppe. Si realmente su idea era convocar a la caravana del desánimo, tal se desprende de sus declaraciones, que vaya suelto de ropa. Yo percibo más chances de que el resultado final del elija su propia aventura sea un canto a la vida, una invitación al carnaval. Y porque me tengo fe, voy apretando el pomo.

Un Mundo Feliz



Desde hace más de treinta años, Yayoi Kusama está recluida por decisión propia en una clínica psiquiátrica. Con más de ochenta a cuestas, continúa en actividad. Su obra, expuesta en el MALBA hasta mediados de septiembre, es la consecuencia de un tenaz intento por evitar el suicidio, según sus propias palabras. Tal vez, su autoexilio esté relacionado con la necesidad de huir del seno de esa sociedad devota a la satisfacción inmediata. Quizás sienta la obligación de evadir esa búsqueda implacable por apagar el cerebro ante lo negativo, cristalizada en el culto a una simbólica píldora de la felicidad. El antidepresivo perfecto. Probablemente solo busque escapar de esa contradicción que ha descubierto, análoga de la que se desprende de ciertas interpretaciones de la novela de Aldous Huxley: la mismísima definición de felicidad, que implícitamente sugiere una total eliminación de otros estados de ánimo, mutilaría su obra. Paradojal.


Para comprobar que la felicidad no es infinita para ella, se puede ir hasta el MALBA y recorrer una retrospectiva de su obra. Dada su edad y país natal, la muestra comienza con pinturas realizadas durante la posguerra japonesa. Siguiendo el recorrido, aparece la mudanza a Nueva York y junto con el desarraigo se evidencia un nítido cambio disruptivo. Se comienza a desprender de su obra un extraño y sugerente desorden del orden, encarnado en el predominio de esferas, las figuras simétricas por excelencia, que sin embargo no parecen insinuar un patrón de aparición. Ya en la última etapa del recorrido, estas esferas abstractas mutan hacia elementos concretos dentro de ambientes en cuyo interior no se puede evitar sentir una efervescencia psicodélica. El tono fluorescente contrastando con una iluminación tenue terminan por enajenar los sentidos. Atravesando esta atmósfera postrera uno se retira con una sensación de surrealismo en su obra. No convencido de ello, incómodo, y luchando contra mis extremadamente limitados conocimientos de arte, no pude evitar una interpretación lateral a la inducida. A pesar de este intento ¿deliberado? por que nos retiremos con esa sensación surreal, de alguna o otra manera la obra de Yayoi Kusama me resultó considerablemente existencialista. Y las sospechas se manifestaron casi desde el inicio de la muestra.


La primer impresión existencialista aparece con el despliegue de esas redes infinitas de esferas que son una característica ineludible de su obra y ameritan toda una sala de pinturas similares. Allí las esferas están dispuestas en general en forma de complejísimas redes profusamente interconectadas. El negro abarcando el fondo de la imagen, representando el vacío, el desconocimiento o la incertidumbre juega un papel de antítesis ante esa urdimbre de puntos y conexiones siempre centrada. Se desprende una premonición de abismo, de infinitud. Estas imágenes podrían relacionarse gráficamente con las redes neuronales, modelos que algunos científicos utilizan para el estudio y aprendizaje de comportamientos del cerebro y los sistemas nerviosos. Se trata de complejos sistemas de interconexión de neuronas que colaboran entre sí para producir estímulos de salida, hoy día muy utilizados en el área conocida como inteligencia artificial. Conociendo la patología psíquica de Yayoi, no parece alocado que, ya sea a nivel consciente o inconsciente, exista algún lazo entre su obra y una obsesión infinita por comprender los artilugios internos del cerebro. ¿Pero alcanza ésta, quizás forzada, interpretación de algunas obras para catalogar a la obra de existencialista?. Sospeché que no, y que algunos libros de reciente lectura podrían conferirle un aura de solemnidad a la idea, y así evitaría el ridículo. Ambos glosan sobre características psicológicas que atañen a la sociedad desde un punto de vista que amalgama lo periodístico, la experiencia personal de las autoras y una exhaustiva e inteligible investigación.  


De ambos, el que más influenció mi interpretación consiste en un compendio de crónicas sobre ataques de pánico, entre las cuales se mezcla la que narra los sufridos por la propia autora, Ana Prieto. Titulado Pánico Diez Minutos con la Muerte, además de las crónicas, aparecen capítulos respecto a los orígenes y los matices coyunturales que desembocan en el corpus actual de conocimiento respecto a estos trastornos. Además presenta de forma clara y precisa, mediante la estrategia de la entrevista con eminencias profesionales, los distintos paradigmas con los cuales se puede abordar la problemática. El espectro abarca desde terapias cuya perspectiva es completamente psicoanalítica hasta las que parten de concepciones cognitivas o sistémicas respecto de la síntomatología. La decisión de evitar la medicación al menos que estos síntomas excedan ciertos umbrales de sufrimiento o periodicidad, es un denominador común de los diversos enfoques. Inclusive en los casos que ameritan ayuda farmacológica, todos concuerdan en continuar el tratamiento psicológico como eje principal de recuperación. En síntesis, los profesionales, en el caso de los trastornos de ansiedad y angustia, no descansan en la pastilla de la felicidad como camino de recuperación, sino simplemente como una ayuda temporal dentro de un tratamiento prolongado de identificación y superación de las causas.


Un concepto que sobresale tanto en la muestra como en el libro es el de la muerte, la finitud de la vida, su carácter inexorablemente efímero. Un aforismo interesante al respecto dice que las personas que sufren ataques de ansiedad tienen un romance con la muerte, pero aman la vida. Dado que la muestra es sin dudas una expresión cruda de la mirada del mundo desde la singular perspectiva de Yayoi, se avizora un fuerte lazo entre su permeabilidad perceptiva y la desesperación por continuar viviendo. Este tesón se evidencia también en los trastornos de ansiedad. Aunque la artista reconoce sufrir alucinaciones visuales y auditivas desde joven, exhibe un grado considerable de racionalidad en su obra. Ésta conexión con la realidad se desprende de las elocuentes disrupciones que aparecen en sus creaciones al compás de sus peripecias cotidianas. Sus obras iniciáticas, pergeñadas desde el desgarrador Japón de posguerra contrastan con las redes infinitas y un cambio de color muy marcado a partir de su estadía en la Nueva York de los años 60. Yayoi reconoce un pavor a la muerte, así como también devoción hacia ella, que la acucian a diario y solo logra mitigar mediante su producción artística. Ese miedo es el mismo que de forma exacerbada e irracional se reconoce en los ataques de pánico. La relación entre estos miedos puede considerarse validada por el título de la muestra: Obsesión Infinita. La obsesión con la muerte aparece en ambos casos, y en ambos casos también se origina en una obsesión por la vida. El infinito realza más aun la fuerza de la obsesión, pero también puede evidenciar un intento de asirlo, de encontrarle un sentido a la incertidumbre que genera algo tan abstracto. Esta incertidumbre es una de las principales causas de angustia. La sensación de no tener control desemboca en el miedo, solamente una escala antes de llegar al pánico. La obsesión infinita, de algún modo, condensa la voz de la incertidumbre.


El segundo libro con el que intento eludir el escarmiento, es un texto de estructura similar al anterior titulado Quiet y escrito por Susan Cain. Trata esencialmente sobre el predominio de las personalidades extrovertidas en las sociedades modernas y el peligro que implica para gran parte de la población que se reconoce introvertida. Con la ayuda de la neurociencia, expone que hay probados elementos biológicos y diversas reacciones químicas ante los estímulos por parte de los distintos tipos de personalidad. La conclusión es que cada ser humano debe encontrar su hábitat apropiado para realizarse y desarrollarse. En ambos libros se destaca la preeminencia de una región del cerebro llamada amígdala la cual emite ingentes estímulos sobre el sistema nervioso que luego determinan una cantidad nada desdeñable de causas y efectos en el cuerpo humano. Se demuestra que los introvertidos tienen un umbral inferior de comodidad frente a los estímulos que reciben del exterior lo cual se ve reflejado en la actividad de la amígdala. Es la responsable de activarse y emitir los alertas ante al peligro y en los trastornos de pánico y angustia lo hace de forma irracional, o el cerebro así lo decodifica. Y entonces se convierte en una simple cuestión hermenéutica, interpretación errónea, ataque. Se deduce una relación importante entre el pánico, la introversión y la sensibilidad o la porosidad frente a los estímulos externos. Una rama importante de los medicamentos recetados en los trastornos de ansiedad actúan directa o indirectamente sobre la mitigación de la estimulación y los mensajes que emite la amígdala. No es el objetivo de este artículo emitir un juicio de valor sobre los medicamentos, sino simplemente sospechar sobre qué repercusiones pueden tener sobre el mundo del arte. Lo ideal sería poder mantener altos niveles de sensibilidad y estimulación, pero lograr discernir con precisión cuáles estímulos representan realmente un peligro. Éste parece ser el sendero que recorren las terapias más reconocidos de cada una de las posturas que abordan los trastornos. Yo, simplemente sospecho que la hipersensibilidad puede ser un factor sustancial en la realización de una obra artística.


Ana prieto dice en su libro que la empatía es la fuerza extraordinaria que lucha contra el sinsentido. Joseph Conrad, que aferrarse a la vida determina la imposibilidad de eliminar el miedo. El miedo, como tantas otros sensaciones y sentimientos es necesario y puede ser muy provechoso en diversas situaciones. No hay que eliminarlo ni esconderlo, simplemente reconocerlo y racionalizarlo. El miedo surge del peligro, que puede tener origen en la incertidumbre. La fallecida escritora y poeta polaca, premio nóbel de literatura, Wislawa Szymborska decía que solo las preguntas ingenuas son verdaderamente profundas. De la obra de Kusama se desprende que ella se hacía esas preguntas cándidas desde niña, pero aunque nos ilumine y emocione con sus concepciones e interpretaciones en su búsqueda de sentido, al salir a la calle uno se queda con una sensación de vacío. Creo que no encontró la respuesta. Pero deja latente el pánico de que algún día se imponga como regla la pastilla de la felicidad.

Piratas del espacio

 Apostaría alguna que otra monedita por que a más de uno le seduciría encarnar en algún momento al despreocupado e histriónico capitán del Perla Negra. Éste célebre navío, capitaneado por la magnificencia de Jack Sparrow y atiborrado de borrachos piratas genera un sinfín de fuegos artificiales en mi cabeza. Algo similar experimenté al desayunarme con que mi humilde país, estaba presto a lanzar su primer nanosatélite al espacio. Por una elocuente decisión de sus desarrolladores, que amalgama chauvinismo; devoción y reivindicación, al imperceptible objeto que centrifuga el cielo se lo conoce como El Capitán Beto. Pero el enajenante coctel de sorpresa, algarabía y esperanza derivó, como no podía ser de otra manera, en un incómodo interrogante. ¿Qué tendrán que ver ese antiguo y colosal bicho de mar (el Perla Negra) con un satélite en el espacio?.

 El espacio es y ha sido por los siglos de los siglos, una fuente inagotable de elucubraciones fantasiosas. Debo reconocer que también de algunas más terrenales aunque el reality show en Marte se esfuerce por eclipsarlas. A veces el simple paso del tiempo es lo que las vuelve lo suficientemente pedestres. En ciertas obras literarias del siglo XIX aparecía ya la concepción del satélite artificial, un elemento concebido por el hombre orbitando algún cuerpo celeste. Pero no es hasta la época de la guerra fría y la competencia voraz del hombre por acceder a la luna que esta nave espacial toma forma y color. Refutando el irrefutable refrán popular que incita a pegar primero para golpear nuevamente, el primer satélite artificial depositado en el espacio, el Sputnik, fue propiedad del comunismo. Cincuenta años después, bajo el imperio del mundo unipolar, los satélites existen por diversos motivos. El espectro de beneficios que dispensan abarca desde los infaltables usufructos militares en pos de acceder a información confidencial (posiciones enemigas, comunicaciones secretas) hasta el de especular con los mapas interactivos de Google con el simple objetivo de inferir si las piletas de los barrios privados están o estarán al alcance de los sabuesos de la AFIP. También son adecuados para el uso ubícuo de los sistemas de posicionamiento satelital en cualquier tipo de medio de transporte, para comunicaciones de larga distancia o para precisar las frecuentemente fallidas previsiones meteorológicas. Uso más novel y todavía en etapas de investigación o incipiente desarrollo es por ejemplo el de los biosatélites que trasuntan organismos vivos entre cielo y tierra. ¿Y que tendrán que ver entonces los piratas con los satélites, la guerra fría y la cortina de hierro? mascullará el lector. No es ese el interrogante que se ha planteado, por lo que propongo que orcemos, apuntemos el timón a babor y retomemos el derrotero hacia el oeste.      

 Refutando el casi pueril imaginario colectivo respecto a los satélites, el cual convergería en suponer que éstos emulan a las fastuosas y futuristas naves que comandaba el legendario Luke Skywalker en la saga Star Wars, la realidad, infalible ella, indica que el flamante nanosatélite de origen argentino (cuya denominación formal es CubeBug1) se reconoce excesivamente tosco a la vista. Esto se sustenta, en primer lugar, en que la principal batalla de los desarrolladores fue la de la factibilidad en desmedro de la estética. ¿Cuál es el mayor impedimento para orbitar un celular y sacar algunas fotitos con un gadget desde el espacio?. En resumidas cuentas los principales obstáculos que existen son tres. La radiación es muy nociva para los equipos electrónicos generando la nada desdeñable posibilidad de que se susciten eventuales comportamientos impredecibles. Las temperaturas extremas también representan una amenaza para su correcto funcionamiento y sobrevida. Por último, el costo de cruzar la puerta de salida de la tierra es por peso. Por ende, cuanto menor lastre más posibilidades de conquistar el espacio mediante un batallón pletórico de capitanes. Los desarrolladores se embarcaron hacia una plataforma concebida desde sus orígenes apuntando a superar los tres obstáculos mencionadas y como filosofía de trabajo decidieron impulsar la mayor cantidad posible de funcionamiento hacia el lado del software, el programa que regula el funcionamiento del nanosatélite. La ventaja de este enfoque está en que el satélite puede ser modificado de forma remota mientras que viajar al espacio a remendar un componente es casi imposible tanto técnica como económicamente .    

 Democratizar el acceso y hackear el espacio son los objetivos de Satellogic, la organización madre del Capitán. El concepto de hackear, situado en este contexto, se refiere a utilizar herramientas tecnológicas con una visión que trascienda a la funcionalidad primordial para las cuales fueron ideadas. Éste habría sido el salto que propició y propulsó la revolución tecnológica. Extrapolando la idea al contexto aerospacial, implica que el costo de un nanosatélite como el Capitán Beto no exceda los 500U$d, ya que fue creado con procesadores de teléfonos celulares y componentes tan vulgares como transmisores de radio, placas de red inalámbricas estándar y elementos que se adquieren en cualquier ferretería de arrabal porteño. Puesto en términos filosóficos, la revolución estaría en encontrar para los componentes tecnológicos, el efecto que los migre de su particular inmanencia a la trascendencia.    

Y cuándo llegan los piratas pa?. La piratería ha desarrollado una intensa metamorfosis al ser adaptada a la era tecnológica de fines del siglo XX - albores del XXI. Otrora reflejado en las gestas épicas y los cañones resonando por el vasto océano, en la era digital el prototipo del pirata lo simboliza el nerd desaliñado y ermitaño con su pequeña computadora portátil como única arma siempre presta para sus fechorías. También lo encarnamos los meros cibernautas cuando descargamos los productos culturales que pululan por la nube sin la contraprestación económica que reclaman los autores y/o distribuidores. Sin embargo, la tradición e identidad pirata conllevan también una ideología revolucionaria e intrigante. Sus códigos de camaradería tienden a pregonar la solidaridad, el respeto y la igualdad entre tripulantes. Los genuínos piratas se caracterizaron por propiciar las organizaciones democráticas puertas para adentro, donde prevalecían los pergaminos por sobre la alcurnia. Su sagacidad se cristaliza en la verdadera esencia del parche ocular, bastardeada en la actualidad. Este atuendo no fue ideado para representar al polígamo ni para animar los casamientos, sino que existe por la necesidad que tenían los capitanes de transitar raudamente, en pleno combate, de ambientes completamente iluminados por luz natural (la cubierta por ejemplo) hacia bodegones sumidos en la oscuridad desde donde se ejecutaban las maniobras de cañón. Mantener el iris entrenado y soslayar el tiempo de adaptación podía dividir las aguas entre un etílico festejo de victoria y un irreversible naufragio. 

De algún u otro modo, estos son los ideales y valores que flamean en las oficinas de Satellogic en Bariloche donde la bandera pirata está literalmente izada. La lucidez y capacidad de los miembros del equipo son, sin ningún lugar a dudas, ostensibles. No menos importante es la fraternidad entre los “tripulantes”. Pero su principal capital se origina en su inusitada subversión. Quebrar los límites de la tecnología, superar las barreras de lo imposible, amenazar el status quo. Derribarlo. Como los más destacados piratas, ellos no se fían de su inherente capacidad y utilizan su propio parche, ¿por qué no?, para mantener su iris entrenado. La metáfora es elocuente. Observar la tierra y el espacio, en simultáneo y sin distorsiones. Ser capaces de amalgamar la sabiduría del científico con la experiencia del empresario. El estado y el capital. Una sola premisa es innegociable. Se debe modificar el orden preestablecido. Robarle algo a la realidad coyuntural.  

Democratizar el espacio puede ser interpretado entonces como el acceso de cualquier hijo de vecino, a la tecnología aerospacial. Esto sería posible si la plataforma lograra la profusión planificada y al Capitán lo secundaran muchos otros himnos del entrañable rock nacional. Nada desdeñable, habría que desarrollar también un esquema de acceso simple a los eventuales y potenciales beneficios. Las primeras elucubraciones apuntan a que estos satélites lleven consigo cámaras de alta definición mediante las cuales se podrían obtener imágenes de distintos puntos de la tierra y predecir desde cambios geológicos hasta niveles de fertilidad de zonas de cosecha. La usina de ideas está abierta y en pleno funcionamiento. Pero los piratas siempre se caracterizaron por tener enemigos y ésta no sería la excepción. De a poco comienzan a aflorar las tensiones geopolíticas y las repercusiones en la comunidad internacional todavía están por verse. Mediante el bloqueo, tanto de componentes como de información esencial e indispensable, sumado a la conminación a retacear todo tipo de ayuda a otros países, los poderosos imperios intentar mantener el status quo respecto a la vanguardia tecnológica y la propiedad de los cielos. Nobleza obliga, la revolución parece haber comenzado, y viveza criolla, Argentina intenta una épica largada.   


 “Tierra a la vista!” se escucha y aunque no parece haber animosidad en el puerto, se arrebata con premura el último interrogante.¿Es Satellogic el perla negra del Siglo XXI?. Jack Sparrow logra salirse casi siempre con la suya. Argentina, mediante sus creativos emprendedores y el apoyo de organismos estatales, se ha decidido a participar de la revolución espacial con el objetivo de apropiarse de ella y revolucionar el mercado de los cielos. Carl Sagan describe la nimiedad del ser humano a partir de una hermosa imagen conocida como el punto pálido azul, donde podemos reconocer el planeta que habitamos como un simple píxel indescifrable desde una distancia exorbitante. ¿Podría éste ser un certero golpe al narcisismo de la especie?. Lo seguro es que no estará Freud para constatarlo. Lo probable es que el acceso al espacio nos haga reflexionar, ¿y por qué no?, es plausible que también modifique nuestras vidas. Dentro de esa posible transformación, se encumbra la parábola del parche pirata, la ventaja de mirar dos mundos a la vez. Hoy esa realidad la simboliza el Flaco Spinetta, gracias a un grupo de piratas argentinos. Y, pese a practicar lo que en tierra se denominaría robo y secuestro, los piratas han sido en numerosas ocasiones considerados héroes nacionales en sus países. Salud!

Datos personales

Con la tecnología de Blogger.