Culposa lesa humanidad


No puedo concebir lo que ha pasado. Acrecentando mi desconcierto, me estremezco al anoticiarme que la desgracia es tanto más grave de lo que creía. El pecado que he cometido es imperdonable. Aunque todavía abrumado por el incipiente y brusco cambio, comienzo a entrever que mi infamia es una aguja en un pajar de cobardes azotes contra la humanidad. Percibo que todos los de por aquí han infligido la misma vileza y el agobio previo se convierte en un creciente sofoco. La sospecha de que todo se tornará cada vez más escarpado deviene en un temeroso pánico. Me resulta incompresible como, impelidos por esa inercia y sumisión a la rutina sedativa, nunca se interpelaron sobre esto. No puedo creer lo trágico que resulta del empeño, recelo y oculta pericia con que se guardan los secretos.

 Debo reconocer que aún me siento extraño aquí, foráneo. En esos estados suele ser arduo adquirir conocimientos sustanciales. A mi no me ha impedido aprender que mis secretos, fugazmente han dejado de serlo para convertirse en mi más osado y estúpido error. Es atroz el cosquilleo de saberse indefectiblemente equivocado. Me doy cuenta que nunca me había pasado. Uno siempre cree en la fragmentación del error, la división de la responsabilidad entre varios, en lo venturoso de las circunstancias que lo llevaron a cometerlo, los imponderables previos. Siempre se puede atenuar algún grado de culpa o puede uno ampararse en el orgullo (siempre necesario para continuar jugando en el circo) para disfrazar la falta y terminar creyendose esa máscara. Pero ahora yo no puedo, y por primera vez me corroe ese ácido maligno de saberme imposibilitado de remediar esto.

 Para disminuir esta profunda angustia voy a intentar el elixir de distraerme un poco. La idea es esforzarse por transmitir algunas sensaciones sobre mi nuevo aposento. Para ser sinceros, si hablamos de comodidad que es la primer característica que uno valora de los lugares, aquí es absoluta. Yo solía ser muy inquieto y preguntarme reiteradamente por el significado de la palabra nada. He leído tantas definiciones filosóficas, intrincadas todas ellas. Ninguna nunca logró convencerme. Qué placer fue llegar y despojarme de esa congoja que generaba en mí el desafío nunca superado. Aquí pude comprender cabalmente el significado de esa palabra. Y también entiendo el porqué de mi previa incomprensión. Me encantaría transmitirlo, pero sospecho que no puede explicarse. Por si la ciencia avanza lo suficiente como para que algún día puedan acceder a esto, quiero hacer un bien a la humanidad a la que tanto mal le hemos generado desde aquí y aclarar que si alguien se encuentra con el mismo escollo con el que yo me he topado, sepa fehacientemente que solo podrá abrir las puertas de semejante enigma al franquear las este infierno. Porque sí, sí! Esto es un infierno. Cómodo. Pero un infierno con todas las letras.

 No se imaginan. No es plausible que alguien pueda siquiera darse una mínima idea de lo que aquí ocurre. Todos están profundamente atribulados. Lo lúgubre es el denominador común. Nadie puede dormir, hay una horda porfiada intentando a cada instante lograr redimirse, remendar el inexcusable error, encontrar la pócima que provea esa posibilidad de que alguien nos preste atención. Lo que daríamos porque alguien reciba el mensaje que por pusilánimes hemos traído hasta aquí. Lo hicimos intempestivamente, por orgullo, por abnegación, por medrosos, por dolor, o por tantos diferentes motivos. Lo que está claro que todos hemos cometido una grosera equivocación. Por eso la locura y desesperación pululan en este reino. Les puedo asegurar sin temor a ser falaz o inexacto que la ausencia de algo apacible es desconcertante, nos horada, suscita una sensación avasallante que no remite. Como un sonido inquietante retumbando que no se puede evitar. En fin, esto es algo inhumano aunque pueda parece una ironía esa palabra mentada desde aquí.

Es muy prematuro mi arribo aquí y creo que ese es el motivo real por el cual todavía no puedo ser preciso al referirme a este lugar. Pero comienzo a entrever que es probable que nunca sea capaz de expresarlo con mayor claridad. Uno llega aquí de repente, sin que lo llamen, sin conocer el destino, sin elegirlo, con tantos sines. Realmente creo que son tantos como palabras puedan existir. Porque aunque sea redundante voy a repetir que ésta es otra dimensión, y también voy a enfatizar que es inquietante, desesperante. Al llegar aparece la flamante ilustración sobre un montón de secretos que rodearon nuestra estadía allá. La rodearon, pero siempre evadiendo penetrar en ella. Pasaron por arriba, por abajo, por los flancos, y nunca se animaron a atravesar los límites que les hubieran dado la posibilidad de revelarse. O rebelarse por qué no? Por cada uno de estos secretos, que dejan de serlo automáticamente cuando uno cruza las puertas de este nuevo aposento, me siento matado nuevamente. Porque es realmente así, cada una de estas confidencias hubiera abierto vastas nuevas posibilidades en mis decisiones de vida de haberlos conocido en su momento. O en algún momento. Y hoy veo en todos esos caminos una vida más feliz de la que tuve realmente. Sumido en la mentira, o más bien, en la incredulidad. Y por cada uno de esos caminos que no transité percibo aromas, sonrisas, placeres, sonidos, imágenes, amores, hasta llegar a sentir la misma muerte nuevamente, simplemente por no haber podido recorrerlos.

 Pero luego, no teniendo suficiente con tantas muertes personales, como un acto reflejo y mágico, me doy cuenta de algo más ruinoso. Aparece repentinamente este cólico más agudo y grave aún. Si al llegar nos sentimos desfallecer tantas veces, entonces a cuántos estaremos matando con los secretos que no hemos logrado desnudar allá y que nos trajimos en nuestra alforja, tan liviana en peso y pesada en carga. A cuántos? Y encima, al recapacitar, recordar, evocar los que rápidamente se acercan a nuestra frágil memoria, nos damos cuenta que atañen a nuestros seres más queridos. Esto es abrumador. Es un hondo y apabullante sentimiento de culpa. Una inexorable necesidad de evitar que esto se siga propagando. Es acuciante que todos los secretos comiencen a propalarse, a difundirse. De manera discreta, eficiente, casi silenciosa, pero hay que realizarlo ya! Es menester y obligación de todos poner manos a la obra para que la naturaleza sobreviva a este desastre natural, para que la humanidad se sobreponga a estos crímenes perfectos. No podemos permitir que más caminos sean podados, expoliando las posibilidades de elegir por donde transitar a nuestros semejantes. El designio es abismal y apabulla, estresa por demás. Por eso aquí nadie tiene la paz tan ansiada. Y también por eso deseo una sola cosa. Una nomás. Que mis seres queridos, dentro del árbol podado del cual evidentemente no podrán despojarse, siempre elijan el camino más largo, porque cada instante aquí es insoportablemente insoportable!    

Datos personales

Con la tecnología de Blogger.