Macroeconovida


Aunque pueda existir algún interludio particular, la curva de crecimiento de la población mundial exhibe una progresión constante. Al menos si se la analiza desde un punto de vista estrictamente nominal. Aunque respecto a la economía resulte más difuso, año tras año los pronósticos revelan grandilocuentes valores de intercambio y producción globales que suelen sobrepasar las estadísticas previas. A partir de esta aparente correlatividad entre la sociedad y la economía se dispara la curiosidad y el desafío de generalizar sus lazos. ¿Caminan siempre de la mano o será una simple y astuta ilusión óptica?.

Bajo el apremio de esta provocación retórica se torna imperativo acallar el zumbido de la incertidumbre. La ansiedad e inmediatez generan la necesidad de un primer acercamiento informal en pos de dilucidar la incógnita. De todas maneras se intentará un abordaje con la mayor rigurosidad posible. Y para encontrar una respuesta resultará provechoso el juicio de un observador imparcial y singular. ¿Quién mejor para esta empresa que Bénjamin Button, alguien que contradice una de las premisas irrefutables de la vida?. Button nace viejo, muere bebé. Y aunque el tiempo es objeto de abundantes y acaloradas disquisiciones, lo cierto es que irreverentes y díscolas, las agujas del reloj de Button se deslizan en sentido contrario al establecido. Pero más allá de su progresiva atracción física, encarnada convenientemente en su versión fílmica por Brad Pitt, lo relevante de este personaje de ficción es su potestad de cruzarse de frente con la sociedad. En su recorrido por este aislado sendero, ¿percibirá crecimiento?¿En cuál dirección?.

Años de historia universal y diversos grado de convivencia entre los humanos evidencian que Button es un caso excepcional. Rehuyendo a las singularidades, las sociedades progresan regidas por modelos generales y abarcativos. Vanidosos e ingenuos intentando expresar unicidad, la realidad indica que a los humanos son más los rasgos que nos emparentan en detrimento de aquellos que nos escinden. Ejemplo elocuente de ello es que la especie humana diferiría de la del mono en no más del 2% de su ADN. El escollo que se presenta para ayudar a desentrañar la cuestión, surge entonces de la mezquindad de un narrador, ya que Fitzgerald es reticente a transmitir cómo se desenvuelve el sobrenatural Button en los avatares que se le presentan como sujeto social y político circunscribiendo sus plumas a objetivos novelescos.

Dado que los caminos que desembocan en el mismo destino podrían ser varios y que la situación incita a desentrañar el problema mediante la inferencia habría que tantear varios senderos. Por ejemplo otros tipos de relación que redunden en algún vislumbre de respuesta a la incógnita inicial. Ahondando el sendero de lo coloquial por ejemplo, es trillado y hasta agobiante el típico recurso de que ante el error de un retoño se adjudique el mismo a una mera combinación genética. Abrevando en categorías neologísticas se lo podría denominar el “error genetista”. "De tal palo tal astilla", claro que en sentido peyorativo, ejemplifica este recurso. “Es un fiel reflejo del padre” se aviene mejor con la elucubración siguiente. Evitando las repercusiones filosóficas al adjudicar o reducir los hechos a situaciones predestinadas, resulta interesante analizar la posible existencia de alguna relación de dependencia. ¿La economía refleja a la sociedad? ¿O representan dos espejos enfrentados?. ¿Qué opinará Button, en el transcurso de su antagónico sendero, respecto a este crucial dilema?.

Sesgando el recorrido y entreviendo solo una de las sendas, la economía representa un modelo de organización universal que determina (en exceso) el desarrollo de la sociedad. La definición más provechosa para esta búsqueda de resultados indica que es un modelo de organización para el intercambio de bienes y servicios. Bajado a terreno profano es ostensible que su aplicación determina y condiciona ingentes vicisitudes de los diversos actores sociales. Un patrón recurrente que se observa en los anales de esta disciplina son las insoslayables, célebres y funestas Crisis Económicas. Se presentan como súbitos temporales de infinitas y esquivas causas. Lo certero es que exceden ampliamente el conocimiento y capacidad de análisis de los iletrados en la materia. Sin embargo, resulta enigmático que los designios tormentosos azotan y desolan arrabales mientras los remilgados centros económicos replicados en toda gran metrópoli campean ilesos por el derrotero. Intentando descifrar la esencia del personaje de Fitzgerald, ¿Cómo enfrentará Button las diversas crisis que seguro sucederán en su camino hacía la juventud en lugar de hacia la vejez?

Para evitar ahondar en las hipotéticas percepciones de Button es menester adentrarse en el fluir del día a día. En el ágora donde se desarrolla periódicamente la contienda entre la pobreza y la abundancia. Al ocaso de cada jornada da la impresión que siempre levita el puño del mismo pugilista. Ésta repetición convierte la trifulca en monótona, pero a la vez adictiva y de aparente placidez para algunos. Desafortunadamente para un considerable puñado de ellos, el hedonismo nunca queda exento de devotos sacrificios y los mandamientos económicos deben ser respetados a rajatabla. Más aún, son auditados por la lupa de eminentes galenos, pastores del dogma que auscultan con diligencia y recelo recetando elixires y azuzando la abnegación de los demás. De lo cual se desprende el siguiente reparo, ¿Cuál será el nivel de devoción de Button por las religiones o la medicina y cómo lo arrobarán o acunaran éstas a él, un ser tan especial?.  

Continuando por el extenso camino de la economía aparece el flamante meollo de los recursos naturales no renovables. La sociedad depreda con inconsciencia la riqueza que le obsequia el suelo por el cual se desliza a diario. Es indudable que hasta soslayando discurrir sobre el tema de la sustentabilidad, se avizora una profunda y clara iniquidad respecto a los beneficiarios de las mutilaciones a la tierra. Un argumento para incitar esta expoliación describe al hombre por definición como consumista de recursos ya que por naturaleza horada gradual pero constantemente sus órganos vitales con el discurrir de su existencia. El solo paso del tiempo deteriora o modifica per se el funcionamiento de las vísceras más vitales. Lo que redundaría en la conclusión de que cada entidad, a su manera, agota indiscriminadamente sus recursos naturales. Sin embargo, el astuto Button, se revigoriza al compás de su palpitar. ¿Cómo se adaptará entonces Button a un mundo donde los recursos son cada vez más caros mientras su combustible se regenera?.

Marx y Engels hace ya muchos años obsequiaron el sustento teórico para el tortuoso y escarpado viaje hacia el socialismo. Entre sus abundantes exégesis no son pocas las que interpretan las crisis como necesarios pasos para el despertar de la clase obrera subyugada. Las pequeñas chispas que desembocarán en la hoguera del capitalismo burgués. Por otro lado el sustrato teórico en el que descansaron la mayoría de los economistas clásicos lo proveyó Adam Smith en su Riqueza de las Naciones propugnando las virtudes del libre mercado y la división del trabajo. Button desarrolla gran parte de su vida en New Orleans mientras que el esquivo amor de su vida brilla durante años bailando en el célebre Bolshoi de Moscú. Nacen en la misma época, el equilibrio matemático de ambos se encuentra en la mitad de sus vidas momento en que el júbilo atiborra la pantalla. ¿Será éste un indicio de que Button abraza el equilibrio?  

Retomando el cauce de las correlaciones, otro factor determinante y rector para el comportamiento y devenir de las sociedades es la muerte, el triste final. Inexpugnable, el deceso nos sitúa de manera constante frente al pavor y la reflexión. Las crisis, eje central en la relación economía/sociedad, redundan en miedo también, lo infunden con sutiles escrúpulos y taimado recelo. Hasta pareciera a veces como si fuera su mismísimo objetivo y razón de ser. El miedo es propagado y se convierte en pánico abusando de una sociedad permeable para con la tragedia. El conservar deviene entonces raudamente en la meca ante la amenaza de descender en la pirámide de la apariencia. ¿Cómo se catalogará Button ante estas contingencias en las distintas etapas de su "inmaduración", como conversador o como incitador de la desobediencia?. 

En relación directa con el miedo se presenta como una epifanía la controvertida y vetusta cuestión de la edad. Es un elocuente factor empírico que los jóvenes exudan intrepidez y temeridad expresándose ante el mundo en su etapa de mayor rebeldía mientras que frente al crepúsculo de la vida comienza a destellar la moderación. Está comprobado, por cierto, que la esperanza de vida de la humanidad aumenta progresivamente y por ende la población mundial tiende a envejecer si se toma en cuenta el promedio de edad. Dando por válidas las premisas expuestas, la balanza de la temeridad frente al conservadurismo se inclinará indefinidamente ante este último provocando así una inmovilidad guiada por la aprensión y la contención de las minorías juveniles. La última pregunta que se revela entonces inquiere: ¿Cómo hacer para que en este modelo de humanidad, sean cada vez más los Button y que no sientan tanta soledad?.

Promediando la película Buttton conoce a su padre quien lo había abandonado al nacer. Como aprecia ya de niño viejo, uno de los estigmas de su particular prodigio es que está predestinado a contemplar el fallecer de sus seres queridos y amigos de sus etapas iniciales. Aunque lejos de ser su mayor aflicción, su millonario progenitor muere convirtiéndolo en acreedor de una exitosa fábrica de botones. Ésta ha crecido exponencialmente a partir de la guerra de la cual Button fue partícipe. Sin embargo él no parece tomar el camino del caudillismo empresarial. Se desprende de su herencia, no sin disfrutar del dinero fácil. Al desarrollarse su adultez, decide experimentar su curiosidad viajando por India manifestando algún atisbo de desprendimiento material validando mediante su aventura alguna hipótesis previa. Sin embargo lo sustancial se deja entrever en su ocaso. Button envejece de manera ordinaria, desarrollando demencia senil y desconociendo a sus compañeros de vida. Quizás, en esa metáfora, se esconda algún indicio de respuesta.

La mirada


 Las estimaciones de la ONU calculaban que aproximadamente el 30 de octubre de 2011, el planeta alcanzaría la cifra de 7000 millones de habitantes. La afirmación previa fue extraída literalmente de la Wikipedia, ese cerebro virtual, mundial y ubicuo. Es Irrefutable?. Al momento de comenzar la composición de este texto ya se encuentra promediando el año 2012. Cuántos seres humanos habitaremos el planeta Tierra en este preciso instante?. Debo admitir que suelo ser bastante escéptico, lo que desemboca asiduamente en interpelaciones incómodas, en su gran mayoría futiles. En particular, respecto a estos grandilocuentes guarismos de la ONU me pregunto si serán ciertos. Alguien observó alguna vez tanta gente junta? Yo, aunque lo intente con tenacidad no puedo ni imaginarlo. De todos modos me es imperioso ser franco y admitir que en este caso yo creo que el dato es auténtico. Y que a partir de mi obstinada credulidad, hace unos días comencé a meditar algunas ingenuas implicancias alrededor de este postulado.

 Se me ocurrieron excesivas ideas al respecto con diverso grado de sensatez y cordura. Eventualmente puede llegar a resultar provechoso referirme sobre ellas. Pero no hay que apresurarse, como paso previo me es insoslayable atesorar un certificado de cordura. Algo que actúe como mi protección en el hipotético caso en que intenten depositarme en un nosocomio psiquiátrico. Y ojo, no vaya a ser que alguien crea que afincarme allí es lo que me preocupa, no, seguro incorporaría grandes y valerosos amigos para el porvenir. Lo que me inquieta es la posibilidad de ser enviado allí por la caprichosa orden de algún cuerdo juez de la nación, sí, eso es lo que me quita el sueño. Me sofocan las obligaciones autoritarias. Pero mientras me pongo en campaña para conseguir ese certificado, voy a consignar por escrito la única de las ideas que considero no es plausible de redundar en un intento vertiginoso por mi confinamiento.

 Comencé mi gran descubrimiento sacando una simple conclusión a partir de los postulados mentados al inicio. Si conviven aproximadamente siete mil millones de habitantes, deberían existir, al menos, aproximadamente catorce mil millones de ojos con la particularidad de estar conectados a cerebros activos y por lo tanto con la capacidad de percibir imágenes. La grandilocuente aclaración respecto a la conexión intenta dejar claro que no se están computando los ojos bajo tierra. Entonces, en concreto, catorce mil millones! Otro número fastuoso. El doble que el primero. Al rato de haber concebido ese razonamiento inicial, me encontré dudando sobre el dinero. Habrá esa abundante cantidad de dólares (por ejemplo) realmente impresos en billetes o el dinero se representa ya con simples cifras mágicas en las memorias y pantallas de las computadoras? Mmm, esa trampa del dinero fiduciario. Me estaba apartando de lo sustancial, así que decidí continuar cavilando. Ensimismado y casi que jugando a sentirme un gran pensador, me encontraba elucubrando diversas teorías y conjeturas cuando repentinamente sucedió. Una porfiada y brillante idea se encapricho en situarse sobre mí y emular el efecto de knock-out de los mejores puños de box, para expulsarme de ese estado de hipnosis en que me encontraba. Era más que una simple idea, tenía la fisionomía de una majestuosa teoría. La reina que había estado persiguiendo con fiel perseverancia toda mi vida. La musa que me apartaría de mi ostensible anonimato para adentrarme con vehemencia por fin dentro del cohorte de los grandes ilustrados y eruditos que han transitado y enriquecido este planeta.

 La tesis era bastante simple. Debido al avance de las tecnologías, las libertades personales están siendo continuamente interpeladas y vigiladas. La capacidad de realizar diversas acciones privadas con la certeza de que no serán de público conocimiento es cada vez más utópica. Resulta inverosímil descansar en el derecho a la privacidad cuando se ejerce cualquier tipo de acción. Siempre hay una pupila acechando por allí. O catorce mil millones de retinas. Eso implica una gran capacidad de visión. Cuántos metros o kilómetros cuadrados habitables tiene el planeta tierra? Cuál es la superficie de visión exacta que ostenta cada ojo? Reconozco que no intenté detenerme ni un momento en estos cálculos de poco valor sino que proseguí en mi razonamiento con el objetivo de pegar el salto de abstracción que suele ser necesario para arribar a las célebres evoluciones del conocimiento. Y como dicen que suele ocurrir con las intrépidas y solemnes grandes ideas, me sentí como atraído por ella, seducido. La sentí correr a mí encuentro en lugar de adoptar el rol del tesoro a ser descubierto. Con sagacidad me permitió llegar a su fulgurante contenido. Ahora que puedo, lo cuento. Decía así: "De continuar el actual modelo de crecimiento de la población, más tarde o más temprano, la cantidad de ojos en el mundo será tal que resultará imposible ser capaz de realizar cualquier acción sin estar siendo observado por alguno de estos omnipresentes, redondos y lívidos espías". 

 Aprovechando mi habilidad y productividad literaria en pocos días reuní sigilosamente (no fuera a suceder que alguien me estuviera vigilando y expoliara mi brillante descubrimiento) toda la información y datos pertinentes. Estructuré la información, la conclusión y los efectos que ésta podría llegar a producir, de manera prolija y rígida como la que imponen las eminencias científicas. Luego me apresté a presentarla en el organismo adecuado con total determinación, y también, por qué ocultarlo, algún que otro temor al ridículo. Asegurando lo máximo posible la documentación crucial que me acompañaba, e intentando abstraerme mentalmente de ello para no despertar sospechas en las miradas callejeras, con suma prestancia y desinterés tome el colectivo que me trasladaría a la gloria. Al subir el conductor me inquirió sobre mi destino para cobrarme el boleto y presentí que algo extraño estaba sucediendo. Una estremecedora sensación de ser el objeto receptor (o la carpeta con mi valioso informe) de todas las miradas me sacudió. Respondí raudamente que iba a hasta el zoológico para intentar alejar todos esos infames vigías de mi alrededor. Qué ingenuo!

 Me acomodé por el centro del vehículo, que se encontraba considerablemente ocupado, pero no atestado de gente. Me propuse olvidarme del recelo que intentaba apoderarse de mí a partir de la pregunta del chofer, para pasar a gozar de mis últimos instantes de anonimato. Poco a poco el colectivo fue completandose y promediando el camino ya no había lugar ni para estar parado con un mínimo de comodidad. A unos cinco minutos del destino al cual me dirigía un hombre mayor, de aproximadamente unos 70 años presionó el botón de descenso. Iba de traje, vistiendo simpáticos anteojos, portando una cabellera rala que evidenciaba una derrota con el paso del tiempo y un portafolio de cuero sujetado por una de sus rugosas manos. Al detenerse el ómnibus para permitirle el descenso el hombre cayo desplomado dentro del colectivo evidenciando un súbito desmayo. O algo más sórdido aún. La gente cercana al indispuesto se dispuso a ayudarlo mientras otros le gritaban de manera efusiva al chofer para que no cerrara la puerta ni continúe la marcha. El hombre logró componerse y bajar del vehículo. Al colectivo lo detuvo el semáforo. Mientras observaba a la gente olvidarse instantáneamente del nefasto episodio y invadido por una aflicción de difícil comprensión, seguí el recorrido del hombre a traves de la ventanilla. Luego de diez o quince metros de ostensible tambaleo, el hombre volvió a caer, esta vez prolijamente. Solo una señora lo observaba desde una parada de colectivos cercana sin reflejar preocupación alguna. La población del ómnibus seguía en su mundo. Dude en descender para ayudar al hombre y en el transcurso de mi discernimiento, la puerta se cerró y el colectivo prosiguió su camino. Del hombre no supe más nada.

Cinco minutos más tarde me encontraba en la puerta del famoso organismo científico. Seguía profundamente atribulado por la desagradable situación que me había tocado presenciar. Quizás, debido a mi vacilación y consecuente falta de acción y solidaridad. Durante unos cuantos segundos me detuve a observar la puerta de ingreso con una extraña mezcla de resignación, vergüenza, ingenuidad y goce. Luego bajé la mirada, y crucé la acera para encaminarme hacia la parada de colectivo de regreso a mi casa. Seguía con la carpeta en la mano. Hacía algunos pocos instantes, había descubierto un pequeño grave error en mi razonamiento: los ojos podían ser muchísimos, la capacidad de visión infinita, el mundo muy chico, pero así y todo podía ocurrir que todos los ojos estén mirando para el mismo lado…    

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