La mirada


 Las estimaciones de la ONU calculaban que aproximadamente el 30 de octubre de 2011, el planeta alcanzaría la cifra de 7000 millones de habitantes. La afirmación previa fue extraída literalmente de la Wikipedia, ese cerebro virtual, mundial y ubicuo. Es Irrefutable?. Al momento de comenzar la composición de este texto ya se encuentra promediando el año 2012. Cuántos seres humanos habitaremos el planeta Tierra en este preciso instante?. Debo admitir que suelo ser bastante escéptico, lo que desemboca asiduamente en interpelaciones incómodas, en su gran mayoría futiles. En particular, respecto a estos grandilocuentes guarismos de la ONU me pregunto si serán ciertos. Alguien observó alguna vez tanta gente junta? Yo, aunque lo intente con tenacidad no puedo ni imaginarlo. De todos modos me es imperioso ser franco y admitir que en este caso yo creo que el dato es auténtico. Y que a partir de mi obstinada credulidad, hace unos días comencé a meditar algunas ingenuas implicancias alrededor de este postulado.

 Se me ocurrieron excesivas ideas al respecto con diverso grado de sensatez y cordura. Eventualmente puede llegar a resultar provechoso referirme sobre ellas. Pero no hay que apresurarse, como paso previo me es insoslayable atesorar un certificado de cordura. Algo que actúe como mi protección en el hipotético caso en que intenten depositarme en un nosocomio psiquiátrico. Y ojo, no vaya a ser que alguien crea que afincarme allí es lo que me preocupa, no, seguro incorporaría grandes y valerosos amigos para el porvenir. Lo que me inquieta es la posibilidad de ser enviado allí por la caprichosa orden de algún cuerdo juez de la nación, sí, eso es lo que me quita el sueño. Me sofocan las obligaciones autoritarias. Pero mientras me pongo en campaña para conseguir ese certificado, voy a consignar por escrito la única de las ideas que considero no es plausible de redundar en un intento vertiginoso por mi confinamiento.

 Comencé mi gran descubrimiento sacando una simple conclusión a partir de los postulados mentados al inicio. Si conviven aproximadamente siete mil millones de habitantes, deberían existir, al menos, aproximadamente catorce mil millones de ojos con la particularidad de estar conectados a cerebros activos y por lo tanto con la capacidad de percibir imágenes. La grandilocuente aclaración respecto a la conexión intenta dejar claro que no se están computando los ojos bajo tierra. Entonces, en concreto, catorce mil millones! Otro número fastuoso. El doble que el primero. Al rato de haber concebido ese razonamiento inicial, me encontré dudando sobre el dinero. Habrá esa abundante cantidad de dólares (por ejemplo) realmente impresos en billetes o el dinero se representa ya con simples cifras mágicas en las memorias y pantallas de las computadoras? Mmm, esa trampa del dinero fiduciario. Me estaba apartando de lo sustancial, así que decidí continuar cavilando. Ensimismado y casi que jugando a sentirme un gran pensador, me encontraba elucubrando diversas teorías y conjeturas cuando repentinamente sucedió. Una porfiada y brillante idea se encapricho en situarse sobre mí y emular el efecto de knock-out de los mejores puños de box, para expulsarme de ese estado de hipnosis en que me encontraba. Era más que una simple idea, tenía la fisionomía de una majestuosa teoría. La reina que había estado persiguiendo con fiel perseverancia toda mi vida. La musa que me apartaría de mi ostensible anonimato para adentrarme con vehemencia por fin dentro del cohorte de los grandes ilustrados y eruditos que han transitado y enriquecido este planeta.

 La tesis era bastante simple. Debido al avance de las tecnologías, las libertades personales están siendo continuamente interpeladas y vigiladas. La capacidad de realizar diversas acciones privadas con la certeza de que no serán de público conocimiento es cada vez más utópica. Resulta inverosímil descansar en el derecho a la privacidad cuando se ejerce cualquier tipo de acción. Siempre hay una pupila acechando por allí. O catorce mil millones de retinas. Eso implica una gran capacidad de visión. Cuántos metros o kilómetros cuadrados habitables tiene el planeta tierra? Cuál es la superficie de visión exacta que ostenta cada ojo? Reconozco que no intenté detenerme ni un momento en estos cálculos de poco valor sino que proseguí en mi razonamiento con el objetivo de pegar el salto de abstracción que suele ser necesario para arribar a las célebres evoluciones del conocimiento. Y como dicen que suele ocurrir con las intrépidas y solemnes grandes ideas, me sentí como atraído por ella, seducido. La sentí correr a mí encuentro en lugar de adoptar el rol del tesoro a ser descubierto. Con sagacidad me permitió llegar a su fulgurante contenido. Ahora que puedo, lo cuento. Decía así: "De continuar el actual modelo de crecimiento de la población, más tarde o más temprano, la cantidad de ojos en el mundo será tal que resultará imposible ser capaz de realizar cualquier acción sin estar siendo observado por alguno de estos omnipresentes, redondos y lívidos espías". 

 Aprovechando mi habilidad y productividad literaria en pocos días reuní sigilosamente (no fuera a suceder que alguien me estuviera vigilando y expoliara mi brillante descubrimiento) toda la información y datos pertinentes. Estructuré la información, la conclusión y los efectos que ésta podría llegar a producir, de manera prolija y rígida como la que imponen las eminencias científicas. Luego me apresté a presentarla en el organismo adecuado con total determinación, y también, por qué ocultarlo, algún que otro temor al ridículo. Asegurando lo máximo posible la documentación crucial que me acompañaba, e intentando abstraerme mentalmente de ello para no despertar sospechas en las miradas callejeras, con suma prestancia y desinterés tome el colectivo que me trasladaría a la gloria. Al subir el conductor me inquirió sobre mi destino para cobrarme el boleto y presentí que algo extraño estaba sucediendo. Una estremecedora sensación de ser el objeto receptor (o la carpeta con mi valioso informe) de todas las miradas me sacudió. Respondí raudamente que iba a hasta el zoológico para intentar alejar todos esos infames vigías de mi alrededor. Qué ingenuo!

 Me acomodé por el centro del vehículo, que se encontraba considerablemente ocupado, pero no atestado de gente. Me propuse olvidarme del recelo que intentaba apoderarse de mí a partir de la pregunta del chofer, para pasar a gozar de mis últimos instantes de anonimato. Poco a poco el colectivo fue completandose y promediando el camino ya no había lugar ni para estar parado con un mínimo de comodidad. A unos cinco minutos del destino al cual me dirigía un hombre mayor, de aproximadamente unos 70 años presionó el botón de descenso. Iba de traje, vistiendo simpáticos anteojos, portando una cabellera rala que evidenciaba una derrota con el paso del tiempo y un portafolio de cuero sujetado por una de sus rugosas manos. Al detenerse el ómnibus para permitirle el descenso el hombre cayo desplomado dentro del colectivo evidenciando un súbito desmayo. O algo más sórdido aún. La gente cercana al indispuesto se dispuso a ayudarlo mientras otros le gritaban de manera efusiva al chofer para que no cerrara la puerta ni continúe la marcha. El hombre logró componerse y bajar del vehículo. Al colectivo lo detuvo el semáforo. Mientras observaba a la gente olvidarse instantáneamente del nefasto episodio y invadido por una aflicción de difícil comprensión, seguí el recorrido del hombre a traves de la ventanilla. Luego de diez o quince metros de ostensible tambaleo, el hombre volvió a caer, esta vez prolijamente. Solo una señora lo observaba desde una parada de colectivos cercana sin reflejar preocupación alguna. La población del ómnibus seguía en su mundo. Dude en descender para ayudar al hombre y en el transcurso de mi discernimiento, la puerta se cerró y el colectivo prosiguió su camino. Del hombre no supe más nada.

Cinco minutos más tarde me encontraba en la puerta del famoso organismo científico. Seguía profundamente atribulado por la desagradable situación que me había tocado presenciar. Quizás, debido a mi vacilación y consecuente falta de acción y solidaridad. Durante unos cuantos segundos me detuve a observar la puerta de ingreso con una extraña mezcla de resignación, vergüenza, ingenuidad y goce. Luego bajé la mirada, y crucé la acera para encaminarme hacia la parada de colectivo de regreso a mi casa. Seguía con la carpeta en la mano. Hacía algunos pocos instantes, había descubierto un pequeño grave error en mi razonamiento: los ojos podían ser muchísimos, la capacidad de visión infinita, el mundo muy chico, pero así y todo podía ocurrir que todos los ojos estén mirando para el mismo lado…    

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