Relatos Veganos


Relatos salvajes pretende ser la concatenación de seis historias independientes que no dialogan entre ellas. Fábulas representadas por elencos distinto en una clara señal de autonomía. La unidad del film surgiría así del eje temático transversal que las articula: un desenfrenado cocktail de violencia y venganza que desemboca en estados de completa enajenación. Queda insinuado desde los créditos iniciales. De fondo de pantalla del tradicional despliegue de nombres se vislumbran diversos animales salvajes observando fijo al espectador. Miradas absorbentes, intimidantes. Y claro, ¿Qué mejor metáfora para representar el desenfreno de lo que vendrá que la ley de la selva?.

Entre esta contundente introducción de la película y el título, ya desde el comienzo me sentí interpelado, culpable. Si la trama luego evidenciara un salvajismo en la sociedad equiparable al del reino animal, nos estaría sugiriendo una incómoda reflexión: ¨Somos iguales, no los comamos!¨. Pero los veganos no deberían entusiasmarse de antemano. Aunque la película es frenética y logra sumergirnos en la podredumbre que atiborra cada uno de los relatos, luego de los aplausos finales uno recapitula y recapacita. Percibe que la exageración reinante juega peligrosamente con el umbral de tolerancia, dosificando un aura de irrealidad constante. Y entonces, al retroceder y toparse nuevamente con esas miradas selváticas lo que se siente simplemente es compasión. Porque las seis historias expresan ni más ni menos que una mirada optimista sobre el ser humano, una distancia abismal entre el reino animal y la civilización. Al final Relatos Salvajes nos susurra: “No somos iguales, comámoslos sin culpa”.

Al rememorar escenas para constatar esa insinuación se desvelan los huesitos que Szifron fue dejando desperdigados. Emergen evidencias sutiles de que existe un diálogo subyacente que rompe con la pretendida autonomía de las historias. Tarea fina del director, tejiendo puentes invisibles que resuenan en el espectador de manera inconsciente. La película puede delimitarse en dos partes que siguen un mismo patrón temático, aunque no el mismo orden. El molde está constituido por tres relatos. Cada uno reflexiona sobre reacciones humanas ante un factor desencadenante: la humillación, la corrupción o la violencia de clase. La pincelada distintiva del autor se palpa a partir de cómo logra abordarlas desde distintos ángulos y potenciar los relatos de modo no lineal sino a partir de las multiplicidades que surgen de la concatenación. Relatos Salvajes es más que la suma de sus partes.

De las piezas de ese engranaje, el primer relato discurre en un avión donde los pasajeros se dan cuenta de que los unen anécdotas deshonrosas (humillantes) para con la misma víctima: el piloto. Luego sobreviene una historia sórdida en un bodegón rutero, vacío hasta que aterriza el único comensal, un inescrupuloso (corrupto) político. Resulta ser el responsable del suicidio del padre de la chica que lo atiende. Finalmente la acción se atisba en el último relato de esta primera parte. Sbaraglia luce todo su genio en un atrapante mano a mano en una ruta provincial. Sin siquiera bajarse de su auto blindado, tras gritarle "negro resentido" a un lugareño que no le cede el paso, se dispara una secuencia arrebatada de violencia digna de Breaking Bad. Más allá de algunas grandes escenas en este último relato, está mitad es la más floja. Queda la sensación de que está excesivamente sobreactuada y exagerada hasta el punto de ser tosca por momentos. Tal vez sirva como plantada de bandera de Szifrón desde el comienzo, exhibiendo el grotesco para sesgar interpretaciones veganas. A mi juicio disminuye la experiencia del espectador ese exceso de inverosimilitud. Por ejemplo, es difícil explicarse por qué tras escudarse en su auto blindado ante todo tipo de afrentas en una clara muestra de pavor, frente a la certera posibilidad de escapar Sbaraglia opte por la venganza y retorne cegado con el único objetivo de eliminar a su presa.

La segunda parte funciona mejor. Está compuesta por tres historias magistrales, desbordantes. La humillación aparece en un desopilante casamiento que cierra la película. La lucha de clases queda expuesta en el relato donde Oscar Martinez, para salvar a su hijo de la cárcel, le propone sin tapujos al jardinero que confiese haber atropellado y matado a una embarazada a cambio de una suculenta recompensa. Finalmente, el relato de Bombita que descubre el telón de esta mitad exhibe al Szifrón más tribunero, el de los Simuladores, con Darín encarnando un ingeniero que transita esa semana de furia que todos alguna vez vivimos. Esta mitad toma un matiz más realista. Sin embargo los relatos nunca atraviesan esa burbuja compuesta por una mezcla de sátira, mordacidad y humor que funciona para lavar un poco la verosimilitud y resaltar la exageración de los desenlaces. Tal es así que el cierre de la historia de bombita con la viralización del hashtag #Liberenabombita en las redes sociales nos remite casi instantáneamente a un sketch de Capusotto.

Como unidad, Relatos Salvajes revela un desenfreno humano que, exhibido en formato de grotesco, queda diluido, se torna gracioso. Por eso es carnívora. Porque el veganismo parte del reconocimiento de los animales como seres sensibles y por ende, de alguna manera, nos pone en una situación de igualdad. Y la película refuta de manera cruda y desde un costado artístico esa ecuación de equivalencia. Matemáticamente cambia el símbolo de igual por el de distinto. Y qué mejor que un final sugerente para resaltar las diferencias. Tras el casamiento tragicómico, desaforado, casi irreversible, los invitados se van escandalizados. No se sorprenden por la violencia desatada entre los familiares y los agasajados. Se retiran por pudor. Porque un sorprendente acto de perdón humano desemboca en una escena emotiva. Lástima que en una flagrante contradicción con la película, los invitados se pierden el pastrón.

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