Un Mundo Feliz



Desde hace más de treinta años, Yayoi Kusama está recluida por decisión propia en una clínica psiquiátrica. Con más de ochenta a cuestas, continúa en actividad. Su obra, expuesta en el MALBA hasta mediados de septiembre, es la consecuencia de un tenaz intento por evitar el suicidio, según sus propias palabras. Tal vez, su autoexilio esté relacionado con la necesidad de huir del seno de esa sociedad devota a la satisfacción inmediata. Quizás sienta la obligación de evadir esa búsqueda implacable por apagar el cerebro ante lo negativo, cristalizada en el culto a una simbólica píldora de la felicidad. El antidepresivo perfecto. Probablemente solo busque escapar de esa contradicción que ha descubierto, análoga de la que se desprende de ciertas interpretaciones de la novela de Aldous Huxley: la mismísima definición de felicidad, que implícitamente sugiere una total eliminación de otros estados de ánimo, mutilaría su obra. Paradojal.


Para comprobar que la felicidad no es infinita para ella, se puede ir hasta el MALBA y recorrer una retrospectiva de su obra. Dada su edad y país natal, la muestra comienza con pinturas realizadas durante la posguerra japonesa. Siguiendo el recorrido, aparece la mudanza a Nueva York y junto con el desarraigo se evidencia un nítido cambio disruptivo. Se comienza a desprender de su obra un extraño y sugerente desorden del orden, encarnado en el predominio de esferas, las figuras simétricas por excelencia, que sin embargo no parecen insinuar un patrón de aparición. Ya en la última etapa del recorrido, estas esferas abstractas mutan hacia elementos concretos dentro de ambientes en cuyo interior no se puede evitar sentir una efervescencia psicodélica. El tono fluorescente contrastando con una iluminación tenue terminan por enajenar los sentidos. Atravesando esta atmósfera postrera uno se retira con una sensación de surrealismo en su obra. No convencido de ello, incómodo, y luchando contra mis extremadamente limitados conocimientos de arte, no pude evitar una interpretación lateral a la inducida. A pesar de este intento ¿deliberado? por que nos retiremos con esa sensación surreal, de alguna o otra manera la obra de Yayoi Kusama me resultó considerablemente existencialista. Y las sospechas se manifestaron casi desde el inicio de la muestra.


La primer impresión existencialista aparece con el despliegue de esas redes infinitas de esferas que son una característica ineludible de su obra y ameritan toda una sala de pinturas similares. Allí las esferas están dispuestas en general en forma de complejísimas redes profusamente interconectadas. El negro abarcando el fondo de la imagen, representando el vacío, el desconocimiento o la incertidumbre juega un papel de antítesis ante esa urdimbre de puntos y conexiones siempre centrada. Se desprende una premonición de abismo, de infinitud. Estas imágenes podrían relacionarse gráficamente con las redes neuronales, modelos que algunos científicos utilizan para el estudio y aprendizaje de comportamientos del cerebro y los sistemas nerviosos. Se trata de complejos sistemas de interconexión de neuronas que colaboran entre sí para producir estímulos de salida, hoy día muy utilizados en el área conocida como inteligencia artificial. Conociendo la patología psíquica de Yayoi, no parece alocado que, ya sea a nivel consciente o inconsciente, exista algún lazo entre su obra y una obsesión infinita por comprender los artilugios internos del cerebro. ¿Pero alcanza ésta, quizás forzada, interpretación de algunas obras para catalogar a la obra de existencialista?. Sospeché que no, y que algunos libros de reciente lectura podrían conferirle un aura de solemnidad a la idea, y así evitaría el ridículo. Ambos glosan sobre características psicológicas que atañen a la sociedad desde un punto de vista que amalgama lo periodístico, la experiencia personal de las autoras y una exhaustiva e inteligible investigación.  


De ambos, el que más influenció mi interpretación consiste en un compendio de crónicas sobre ataques de pánico, entre las cuales se mezcla la que narra los sufridos por la propia autora, Ana Prieto. Titulado Pánico Diez Minutos con la Muerte, además de las crónicas, aparecen capítulos respecto a los orígenes y los matices coyunturales que desembocan en el corpus actual de conocimiento respecto a estos trastornos. Además presenta de forma clara y precisa, mediante la estrategia de la entrevista con eminencias profesionales, los distintos paradigmas con los cuales se puede abordar la problemática. El espectro abarca desde terapias cuya perspectiva es completamente psicoanalítica hasta las que parten de concepciones cognitivas o sistémicas respecto de la síntomatología. La decisión de evitar la medicación al menos que estos síntomas excedan ciertos umbrales de sufrimiento o periodicidad, es un denominador común de los diversos enfoques. Inclusive en los casos que ameritan ayuda farmacológica, todos concuerdan en continuar el tratamiento psicológico como eje principal de recuperación. En síntesis, los profesionales, en el caso de los trastornos de ansiedad y angustia, no descansan en la pastilla de la felicidad como camino de recuperación, sino simplemente como una ayuda temporal dentro de un tratamiento prolongado de identificación y superación de las causas.


Un concepto que sobresale tanto en la muestra como en el libro es el de la muerte, la finitud de la vida, su carácter inexorablemente efímero. Un aforismo interesante al respecto dice que las personas que sufren ataques de ansiedad tienen un romance con la muerte, pero aman la vida. Dado que la muestra es sin dudas una expresión cruda de la mirada del mundo desde la singular perspectiva de Yayoi, se avizora un fuerte lazo entre su permeabilidad perceptiva y la desesperación por continuar viviendo. Este tesón se evidencia también en los trastornos de ansiedad. Aunque la artista reconoce sufrir alucinaciones visuales y auditivas desde joven, exhibe un grado considerable de racionalidad en su obra. Ésta conexión con la realidad se desprende de las elocuentes disrupciones que aparecen en sus creaciones al compás de sus peripecias cotidianas. Sus obras iniciáticas, pergeñadas desde el desgarrador Japón de posguerra contrastan con las redes infinitas y un cambio de color muy marcado a partir de su estadía en la Nueva York de los años 60. Yayoi reconoce un pavor a la muerte, así como también devoción hacia ella, que la acucian a diario y solo logra mitigar mediante su producción artística. Ese miedo es el mismo que de forma exacerbada e irracional se reconoce en los ataques de pánico. La relación entre estos miedos puede considerarse validada por el título de la muestra: Obsesión Infinita. La obsesión con la muerte aparece en ambos casos, y en ambos casos también se origina en una obsesión por la vida. El infinito realza más aun la fuerza de la obsesión, pero también puede evidenciar un intento de asirlo, de encontrarle un sentido a la incertidumbre que genera algo tan abstracto. Esta incertidumbre es una de las principales causas de angustia. La sensación de no tener control desemboca en el miedo, solamente una escala antes de llegar al pánico. La obsesión infinita, de algún modo, condensa la voz de la incertidumbre.


El segundo libro con el que intento eludir el escarmiento, es un texto de estructura similar al anterior titulado Quiet y escrito por Susan Cain. Trata esencialmente sobre el predominio de las personalidades extrovertidas en las sociedades modernas y el peligro que implica para gran parte de la población que se reconoce introvertida. Con la ayuda de la neurociencia, expone que hay probados elementos biológicos y diversas reacciones químicas ante los estímulos por parte de los distintos tipos de personalidad. La conclusión es que cada ser humano debe encontrar su hábitat apropiado para realizarse y desarrollarse. En ambos libros se destaca la preeminencia de una región del cerebro llamada amígdala la cual emite ingentes estímulos sobre el sistema nervioso que luego determinan una cantidad nada desdeñable de causas y efectos en el cuerpo humano. Se demuestra que los introvertidos tienen un umbral inferior de comodidad frente a los estímulos que reciben del exterior lo cual se ve reflejado en la actividad de la amígdala. Es la responsable de activarse y emitir los alertas ante al peligro y en los trastornos de pánico y angustia lo hace de forma irracional, o el cerebro así lo decodifica. Y entonces se convierte en una simple cuestión hermenéutica, interpretación errónea, ataque. Se deduce una relación importante entre el pánico, la introversión y la sensibilidad o la porosidad frente a los estímulos externos. Una rama importante de los medicamentos recetados en los trastornos de ansiedad actúan directa o indirectamente sobre la mitigación de la estimulación y los mensajes que emite la amígdala. No es el objetivo de este artículo emitir un juicio de valor sobre los medicamentos, sino simplemente sospechar sobre qué repercusiones pueden tener sobre el mundo del arte. Lo ideal sería poder mantener altos niveles de sensibilidad y estimulación, pero lograr discernir con precisión cuáles estímulos representan realmente un peligro. Éste parece ser el sendero que recorren las terapias más reconocidos de cada una de las posturas que abordan los trastornos. Yo, simplemente sospecho que la hipersensibilidad puede ser un factor sustancial en la realización de una obra artística.


Ana prieto dice en su libro que la empatía es la fuerza extraordinaria que lucha contra el sinsentido. Joseph Conrad, que aferrarse a la vida determina la imposibilidad de eliminar el miedo. El miedo, como tantas otros sensaciones y sentimientos es necesario y puede ser muy provechoso en diversas situaciones. No hay que eliminarlo ni esconderlo, simplemente reconocerlo y racionalizarlo. El miedo surge del peligro, que puede tener origen en la incertidumbre. La fallecida escritora y poeta polaca, premio nóbel de literatura, Wislawa Szymborska decía que solo las preguntas ingenuas son verdaderamente profundas. De la obra de Kusama se desprende que ella se hacía esas preguntas cándidas desde niña, pero aunque nos ilumine y emocione con sus concepciones e interpretaciones en su búsqueda de sentido, al salir a la calle uno se queda con una sensación de vacío. Creo que no encontró la respuesta. Pero deja latente el pánico de que algún día se imponga como regla la pastilla de la felicidad.

2 comentarios:

Eze dijo...

No voy a poder ver la obra de Yayoi Kusama, pero despertaste mi interés, éxitos!

http://entregaenmedias.blogspot.com.ar/ dijo...

a mi también, intentaré pasar ni bien este en BA, gracias

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