La Migliore Offerta

En la cultura de la inmediatez y lo efímero nos enfrentamos una y otra vez a la imposibilidad de desentrañar la esencia de las cosas. Y debido al contacto meramente superficial es complejo discernir entre algo auténtico y el prodigio de un embustero. Subido al caballo del pesimismo frente a las modernas formas de relacionarse, Giuseppe Tornatore intenta inocularnos una concepción desesperanzadora de la sociedad mediante su reciente película La Migliore Offerta. La sugerencia explícita es: en el amor triunfa el mejor falsificador. "Los sentimientos humanos son como una obra de arte, pueden ser resultado de una simulación" pregona a costa de Billy uno de sus personajes. Vaya paradoja, tras disfrutar dos horas de una gran película terminé embargado por un certero optimismo. Hasta podría ruborizarme un poco y confesar que me despertó cierto grado de sentimentalismo su obra al dejarme llevar por sus intrincados vericuetos.

No sin antes disculparme por esta posición idílica que encarné paso a describir algunas cuestiones fundamentales del film en pos de defender mi postura. El protagonista Virgil (Geoffrey Rush) es un agente de subastas, con ribetes de aristócrata y un alto desprecio por la sociedad. Ya ingresado en el ocaso de su vida se caracteriza por su cualidad de huraño. Huye del contacto directo con “el afuera” y hasta dentro de su casa viste guantes, seleccionados cuidadosamente de su abigarrada colección. Promediando el film exhibe su capacidad para dilucidar entre obras originales y falsas y se lo puede escuchar en tono pedagógico: “Todas las falsificaciones tiene algo de auténticas (…) El falsificador no puede evitar traicionarse a sí mismo dejando su huella, un simple cambio en la pincelada que descubre su sensibilidad (…) no se resiste a la tentación de hacer la obra suya". La pizca de sal que detona la trama la aporta un llamado misterioso. La voz atrapante de una hermosa y enigmática joven (Claire) lo insertará en un escarpado sendero de amor, enigmas y conspiraciones que le eclipsarán su capacidad de determinar la autenticidad del romance.

Aunque en la película se puede sospechar desde el inicio un lúgubre final, está magníficamente encubierto por la apasionante historia de amor. El film se compone de constantes episodios de engaño y falsificación que conciernen sobre todo a las relaciones humanas. Una escena tras otra, el espectador debe mantenerse alerta para captar lo mejor de la obra. Cada detalle vale. Hay un claro sesgo ejercido por Tornatore para influenciar en la interpretación de cada gesto, pero en la gran mayoría el espectador podría y debe tomar su propio camino (lateral). Los espectadores participamos y somos constantemente interpelados respecto de qué es lo falso y qué lo auténtico. Un claro ejemplo sucede cuando el único amigo de Virgil, Billy (Donald Sutherland), le espeta su indignación. Al parecer Billy soñaba con ser pintor, pero Virgil, quien trata a su único amigo con un ácido desprecio, nunca valoró sus pinturas. Una escena sugerente teniendo en cuenta que el final terminará siendo una obra maestra de Billy. Su gran revancha, demostrando que sí es un gran artista, que logró falsificar y no ser descubierto por el especialista. Virgil lo había subestimado. Y como todo impostor, un cínico Billy va dejando sus pinceladas para regocijarse. Es cuestión de ir descubriendolas, y en ese caso saborearlas.

Ya desde el inicio, y en raciones frugales, Tornatore yuxtapone en el film las escenas de puro escepticismo. Virgil en un restaurante finísimo, comiendo solo y esperando absorto que se consuma la vela en su torta de cumpleaños. Luego sentado, también solo por supuesto, contemplando su colección de cuadros, todos eximios retratos de mujeres, su única compañía. Estos semblantes femeninos están emplazados casi matemáticamente en una sala sobria, fastuosa, pero oculta en su propia casa. Y casi como para justificar lo que le sucederá finalmente, Tornatore nos muestra que sus cuadros no fueron adquiridos bajo métodos libres de engaño sino bajo la deshonesta influencia de sus conocimientos y su poder de fuego como subastador. El amor es lo único que podría eyectar a este ser mezquino de esa vida vacua. ¿Cómo es vivir con una dama? pregunta Virgil cuando el amor se acerca para salvarlo. "Exactamente como participar en una subasta, nunca sabes si tu oferta será la mejor" recibe el coletazo. Él mantuvo a sus damas ocultas en su casa para asegurarse que nunca lo abandonaran. Pero se enamora de una de carne y hueso, y inexorablemente baja la guardia. La Invita a Claire a contemplar su templo. Y en un abrir y cerrar de ojos Claire se roba a todas sus amantes. Eso no es lo más grave, sino que se esfuma ella también. El final no nos muestra la algarabía de los conspiradores, no es la gran estafa lo que refulge y trasciende, sino el abatimiento del humillado.

“Somos una falsificación de nosotros mismo, ya nada es auténtico.” le susurra Tornatore a la prensa. Pero los hijos contradicen a los padres y Virgil le contesta aplomado desde una de sus escena: "En algo falso se encuentra siempre algo de auténtico". Y en esa pizca de autenticidad es de donde se sostiene mi postura romanticista. Tornatore intenta hacernos creer que la sociedad entró en decadencia, que ya no se puede confiar en nadie. Pero Virgil se obsesiona. En cada nueva escena se lo palpa entregado por cada uno de esos minutos de vida descarnada que se le propone. Expone su vulnerabilidad hasta límites extremos y así y todo nos demuestra que la vida es simplemente esos minutos. Y que no importa el resultado. Bajado el telón, el espectador se enfrenta a un elija su propia aventura. Puede optar por quedarse con una mirada cruda y escéptica de las relaciones contemporáneas lo cual será un gran acierto del director tras una trama irrefrenable de falsificación, simulación y engaños. Lo imagino riéndose de nosotros ante esta elección, pobres espectadores desarmados. Yo no quiero cargarme a nadie conmigo. Pero ya sobre el final, cuando Virgil ofrece su última subasta, previa al retiro y todavía bajo los influjos del amor, unos planos de una escena aparentemente del montón lo descubren sin guantes. Ahí la clave que encontré yo, de la pincelada que delata a Tornatore. Aunque pobre Giuseppe. Si realmente su idea era convocar a la caravana del desánimo, tal se desprende de sus declaraciones, que vaya suelto de ropa. Yo percibo más chances de que el resultado final del elija su propia aventura sea un canto a la vida, una invitación al carnaval. Y porque me tengo fe, voy apretando el pomo.

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